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¡VIVA LA GALA! (ENTREVISTA CON DALI)

COMENZARE por justificar el subtítulo que encabeza estas líneas. ¿Diálogo de Salvador Dalí con quien las escribe? Si a alguien se le antoja sobrado de vanidad semejante enunciado, sepa que responde a genuina ocurrencia del maestro Dalí, de acuerdo con una historia de la que paso a relatar un solo capítulo en los términos mismos en que se produjo. Fue él quien recomendó el título, limitándome yo, no sin agrado o complacencia, a seguir su consejo. Diálogo fue porque diálogo hubo y de «altos vuelos», en la más liviana, por no decir «mística», de sus acepciones; diálogo ocurrido en la «solead sonora», que dijo San Juan de la Cruz, de una luminosa coincidencia. Lo que aquí se transcribe es un capítulo emocionado de la conversación que duró casi dos horas. Testigo de ella, el pintor Antoni Pitxot.

Imagine el lector la ciudad desnuda de los reclamos publicitarios que a diario la inundan y oscurecen en todos sus frentes, rincones y chaflanes. Supóngala adornada de reproducciones de obras artísticas expuestas en las vallas que la omnipresente publicidad ha entronizado en plazas, calles y avenidas. Y de la suposición y la imaginación venga a los hechos, como un buen día lo hicieron Antonio y Rosa Redondo a la cabeza del grupo ARARTE, que a sí mismo se titula, y con todo motivo, «espacio de creación». Creadores fueron ellos, en su día, del «Corral de Comedias», con el empeño y el logro de presentar nuestro mejor teatro a los ojos del común, en el medio de su propia costumbre, y suya es igualmente la idea, hecha ya realidad, de exponer a la mirada del transeúnte la lección del arte.

¿Media un buen trecho del decir al obrar? Tal reza el refrán, pero no en oídos de Antonio Redondo y sus huestes. Si una idea aparece clara y verificable en su mente, no tardará, aun con esfuerzo, en florecer en el suelo de la realidad. Y ocurrió que los de ARARTE entablaron diálogo con los de AEPE (Asociación Española de Publicidad Exterior) a fin de que éstos cedieran parte de su escaparate urbano a la propuesta cultural de aquéllos. ¿Resultado? Un holgado millar de vallas publicitarias se verían destinadas a exponer por toda España, y a lo largo de un año, la obra más significativa de nuestros mejores pintores contemporáneos. La tenaz clarividencia de ARARTE y la indudable generosidad de AEPE han venido así a correr feliz pareja en beneficio cultural de todos, incluidos los más suspicaces.

El grupo ARARTE me eligió asesor de tan atrayente empresa y, todos a una, fue tomando cuerpo y sazón aquella triple medida creativa que los neoclásicos denominaban planteamiento, nudo y desenlace (harto feliz en este caso). Se decidió dividir en dos fases la exposición pública de nuestros maestros de la moderna pintura. La primera quedaría dedicada a los abanderados de la vanguardia histórica: los Picasso, Juan Gris, Miró, Dalí..., destinándose la otra a quienes de ellos recogieron la antorcha de la modernidad. Durante un mes, cada artista estaría representado en las vallas publicitarias de todas las capitales españolas por la reproducción de seis de sus cuadros, y la muestra habría de iniciarse con otras tantas pinturas de Dalí, elegidas a modo de homenaje a Gala, su desaparecida compañera y musa.

Entro en contacto con Dalí y con él quedo citado en su Figueras natal y residencial. Me recibe en su palacio de Torre Galatea y me invita a sentarme «a la diestra del trono». Viste una larga túnica blanca de la que asoma el cuello de una camisa igualmente blanca y bordada. Algo tiene de dignidad entre nobiliaria y eclesiástica y nada mal le cuadra el título de marqués de Dalí y Púbol. (Al despedirse me dará su bendición con aires de cardenal renacentista.) «El homenaje a Gala -me indica- ha de expresarse en obras de las que ella haya sido inspiradora y aparezca como protagonista.» Y de mutuo acuerdo elegimos estas seis: la «Madonna de Port Lligat», «Leda atómica», «Galatea de las esferas», «Gala levantando la piel del mar», «Comienzo automático de un retrato de Gala» y «Retrato místico de Gala».

«Homenaje a Gala?» El propio Dalí se pregunta y responde: «No, esta exposición urbana ha de verse coronada en su conjunto, y por toda España, con el grito contundente y jubiloso de ¡Viva Gala!» Quiere Dalí que su anhelo de inmortalidad se ofrezca a la mirada del transeúnte en forma de una inequívoca exclamación «matrimonial» de la que él mismo se siente nombrado, convicto y confeso. «¡Viva Gala! -insiste- será el título de cada una de las seis colosales reproducciones. La leyenda irá en blanco sobre fondo negro, a la derecha del contemplador... y debajo, mi firma.» «Un cartel -le digo, recordando la definición de Miguel Angel Asturias- es un grito pegado en la pared.» «El de Dalí -me advierte-, inmensamente poseído de Gala, quedará elocuentemente impreso en mil vallas sobre la faz de otras tantas paredes.»

Y es aquí, en este punto, donde mejor queda plasmado el emocionado resumen del diálogo prolongado que con Dalí mantuve en Torre Galatea. Tiempo habrá de contar el resto de la conversación. El daliniano «¡Viva Gala!» me trajo al recuerdo un villancico de José de Valdivieso, grande entre los grandes líricos de las letras castellanas, tal cual florecieron en el siglo XVII. Salvador Dalí abre los ojos, siempre alentadores, cuando le indico que Valdivielso añadió a su profesión de poeta la de confesor de Lope de Vega. Y comoquiera que yo me sabía de memoria el celebrado poema, me rogó Salvador Dalí que se lo leyera, sin poder ocultar su creciente interés por la coincidencia de su grito apasionado con el rítmico estribillo del villancico de Valdivieso. Y allí, en Torre Galatea, fui yo diciendo:

¡ Viva la gala de la zagala!

¡Viva la gala!

De la gracia morena

¡Viva la gala!

De gracia y de gracias llena

Viva la gala!

Que en aquella Nochebuena

¡Viva la gala!

libró al hombre de la mala.

¡Viva la gala de la zagala!

¡Viva la gala!



Sorprendido y gozoso quedó Dalí con el buen son del villancico de Valdivieso. Sorprendido, gozoso y expeditivo. «Que se ponga en las vallas -dijo, apenas concluida la lectura- el estribillo.» La feliz coincidencia entre lo debido a la pluma del genial confesor de Lope y lo ideado por el no menos genial artista de Figueras le hizo a éste exclamar con insistencia: «Que al lado de cada una de las seis reproducciones aparezca el canto literal del !Viva la Gala de la zagala!», convertido en nombre propio el jubiloso sustantivo que el poeta empleara en su inmortal villancico. «¡Viva la Gala de la zagala!», repetía Dalí prendado del buen convenir, y mejor sonar, del estribillo barroco con su propia idea originaria y su probada admiración (Velázquez a la cabeza) por el Barroco Español con mayúsculas.



Más atento a sus pensamientos solitarios que a exteriores llamadas, dio Dalí por buena señal el que Valdivieso fuera confesor de Lope. ¿Quién podría confesar a un gran poeta con mayor licencia y mejor medida que otro gran poeta? ¿Acaso no han sido causa de inspiración muchos de los pecados del hombre? Del confesor pasó luego al confesante mostrando su rendido afecto al Fénix de los Ingenios: «Más de una vez me viene a la memoria un verso suyo que encierra toda una verdad.» Y comenzó a declamar con voz pausada: «A mis soledades voy / de mis soledades vengo / porque por vivir conmigo «mismo» / me sobran los pensamientos. Le dijo a Pitxot que lo escribiera, con la personal añadidura del «mismo», y fundiendo su firma con mi nombre me lo regaló con esta escueta dedicatoria autógrafa: «para Amón, Dalí».



«En soledad vivía», vuelve la voz de San Juan de la Cruz a llenar de ecos la umbrosa estancia de Torre Galatea. «En soledad de amor también herido», insiste el místico sobre su propia e incontaminada insistencia. Herido él y fundido en el amor de ella. Heridos y fundidos desde siempre y para siempre sus dos nombres: Gala + Dalí = Galí. En soledad sonora, serena y querenciosa vive nuestro Dalí, sin otra túnica que aquella su «alma higénica» que «entre mármoles nuevos» descubrió García Lorca. Y el verso del confesor («¡Viva la gala de la zagala!») y el del confesado («A mis soledades voy...») tornan a darse la mano entre el grito placentero de la memoria y la sosegada sombra de la soledad, a dos pasos del museo-teatro que fue bautizado con su nombre para aviso, fe, constancia y testimonio de las vanguardias.

¿Las vanguardias? En ellas anda Dalí, pero por sendas que poco saben si alguien las sospecha. Se pasa el maestro buena parte del día indagando el significado profundo de un cuadro que él descubrió, años atrás, con sólo posar en él sus ojos. «Las postrimerías de San Fernando» lleva por título; se halla en el museo de Sevilla y su firma corresponde al andaluz Virgilio Mattoni. Me muestra la reproducción fotográfica del amplio lienzo en el que el Rey santo aparece en trance de recibir su última Comunión, y, seguro de una profecía sin plazo, exclama: «Este cuadro debe acompañar a los de Gala en las vallas de las ciudades. En su flanco derecho, al igual que los otros, llevará esta leyenda: ¡Abrid los ojos! Va a empezar la nueva vanguardia en pintura. Dalí.» Un mirar hacia atrás para seguir adelante.

Valdivieso, Lope, Lorca, San Juan de la Cruz..., una gloriosa nómina en la que Dalí va a dejar a su aire la huella de su verso.. ¿A quién elegir? El villancico del primero ha sido para él (y me precio de haber mediado en ello) todo un descubrimiento, una premonición latente por tres siglos y sólo a él reservada: «¡Viva la Gala de la zagala!» Análogo el sentido y una misma la entonación de la frase que Dalí imaginara para la gala de Gala. «¡Viva la Gala de la zagala!», repetirá nuestro artista solitario, querencioso y sabedor de que el mal de ausencia sólo se aplaca con la luz de los ojos, más la pena dañosa de volver a perder lo ya visto. Y a tan noble precedente poético Salvador Dalí, marqués de Dalí y Púbol, añadirá la nobleza de su firma, redondeando la estrofa con otra nacida de su ingenio

¡Viva la gala de la zagala!

¡Viva la gala!

De la gracia morena

¡Viva la gala!

De gracia y de gracias llena

¡Viva la gala!

De tanto que te quiero

cierro los ojos con fuerza

y con el débil miedo

de que si te veo otra vez

te volvería a perder

LOS DOMINGOS DE ABC - 28/04/1985

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