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LA VENGANZA ANTICIPADA DEL CARNAVAL

LINGÜÍSTICA .LA VENGANZA ANTICIPADA DEL CARNAVAL

3-03-84 ABC



No hay mejor pregón del Carnaval que el nom-bre propio de la propia fiesta. El Carnaval es la festividad por antonomasia, la fiesta de las fiestas. Todo festejo entraña exceso, despilfarro, derroche. Pues bien, el Carnaval excede su propio exceso en aras de la "diversión". Si todas las otras fiestas significan un reposo efímero tras la larga cuaresma de trabajo, dijérase que el Carnaval expresa una risueña previsión, una "venganza anticipada" de los días cuaresmales y laborales. El hombre se sale de si mismo y se divierte con los otros hombres, convictos todos de que han de llegar días peores. Y ese es, justamente, el sentido estricto de la diversión: salirse uno de uno mismo y confundirse, hacerse enteramente “diverso" con los otros. Juan del Encina dejó cantado como nadie en el siglo XVI tanto el exceso festivo como la venganza anticipada del Carnaval:

“Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos."

Fiesta universal donde las haya, de forma semejante se pronuncia en los más de los idiomas. En francés se dice (lo mismo que en español) “Carnaval", y en italiano se escribe "Carnevale" o "Carnovale". Los ingleses lo llaman "Carnival". y "Karneval", los alemanes. ¿Qué significa, etimológicamente Carnaval? Hay quienes aseguran que procede de las voces latinas "carrus navalis" (carro naval) en atención, sin duda, a las carrozas que en forma de navíos surcan por estos días la festiva tempestad de tierra adentro. Otra parece, sin embargo, la etimología más verosímil, de origen igualmente latino: Carnaval nos vendría del sustantivo "caro-carnis" (carne) y del imperativo "vate", que bien puede traducirse por "adiós.'". Un alegre y colectivo adiós a la carne!" con la entrega por tres días a lo que la Cuaresma ha de hurtar por su propia cuenta y nombre: “Come, come, come, come, / que nos tome /la Cuaresma arrellanados. / Traguemos estos bocados,"

No, no ES un ¡adiós! A los placeres de la otra carne, "teológico enemigo del hombre”. El vecindario se despide al tiempo que se entrega con premeditada venganza a lo que pronto echará de menos en la carnicería de enfrente. Tres días ha de durar el Carnaval en el ir y venir de su propia “diversión"; primordial donación y extroversión generosa;

evasión efusiva de uno mismo y gozosa con-fusión con los demás. Por su gracia, el individuo rompe la barrera del yo para fundirse o “hacerse diverso” con los otros. En ello va el espíritu comunitario de la festividad, que es diversión sustantiva, por más que el uso haya dado en menguarla con acento de adjetiva frivolidad. Juan del Encina canoniza el. triduo (el Antruejo) que precede al Miércoles de Ceniza y canta por todos: “Por honrar a San An-truejo / sentémonos hoy bien anchos, / embutamos estos pan-chos, / recalquemos el pellejo. / que costumbre es del Consejo / que todos hoy nos hartemos. / que mañana ayunaremos.”

Como otras y otras que del paganismo fueron recogidas y mejor o peor cristianadas, las fiestas del Carnaval parecen de-rivar de las Saturnales romanas. Eran las Sa-turnales popular reminiscencia de una su-puesta edad dichosa en que la libertad y la igualdad imperaron sobre la Tierra. Durante ellas estaba tajantemente prohibido empren-der negocio alguno. Quedaban eventualmente abolidas fas diferencias sociales, pudiendo el esclavo hacer a su señor lo que en gana le viniera, sin recibir castigo Se cerraban es-cuelas y Tribunales, permitiéndose una sola actividad: la cocina. ¿No se barruntan, más o menos ocultos, todos estos datos en el sentir histórico de nuestro Carnaval? Canonizados, según dije, tos tres días del Antruejo comunitario y culminario, tal es el sentir de Juan del Encina: "Honremos a tan buen santo / por-que en hambre nos acorra; / comamos a calca porra. / que mañana hay gran que-branto. / Comamos, bebamos, tanto / hasta que nos reventemos. / que mañana ayunare-mos.”

De buena y añeja literatura goza el Carna-val entre nosotros. Hemos de remontarnos al siglo XIV para dar, de labios de Juan Ruiz. con el más lejano y más fresco, testimonio: la “Batalla de don Carnal y doña Cuaresma". He aquí los hechos. Se acerca la Cuaresma y el buen arcipreste de Hita recibe de ella una carta con el desafío a don Carnal, su mortal enemigo. ¿Qué partido tomar? Decidido a combatir en el bando de doña Cuaresma, dispone nuestro Juan Ruiz la descomunal batalla. Pescados y verduras (jibias, anguilas, sardinas, verdetes y puerros de cuello albo...) van con la emperatriz de la larga cuarentena. Acompañan al señor de la carne patos, perdi-ces y conejos, cecinas y gallinas... Vence aquélla y éste es hecho prisionero para luego escapar y volver, vuelta la Pascua, triunfante al mundo. Singular lance que en el siglo XVI tomará a contarnos Juan del Encina: “Vila andar / allá por esas aradas / tras el Carnal a porradas. / por te echar / de todo nuestro lugar."



No siempre, sin embargo. tuvo el Carnaval bula o licencia. En siglo siguiente al de Juan del Encina se vio, incluso, proscrito: que el ojo de los últimos Austrias no le cayó agraciado ni al crédito tampoco de los dos primeros Borbones. Fue el Rey Carios III. a instancias del ilustrado (o volteriano) conde de Aranda, quien tuvo a bien restituirlo para languidecer poco a poco o parar, según Fernandez de los Ríos, “en groseras mojigangas de barrio (...) que a veces tenían intención política. Y tal vez de ahí vinieran las sucesivas prevenciones (o las prohibiciones de años pasados) que donde entra la política concluye de común la fiesta. Muy lejos de ella y muy cerca del pueblo llano anda Juan del Encina cuando, entre bocado y bo-cado. nos invita a beber sin tino:

“¡Bebe, Blas! ¡Más tú. Benedito ¡Bebe. Pedruelo y Llorente! i Bebe tú primeramente/ quitarnos has de este pleito. En beber bien me deleito / daca, daca, beberemos. / que mañána ayunaremos”.

Aunque en ambas haya máscara y mascarada, lejos ha de mantenerse de la política la fiesta del Carnaval. Elemento representativo del Carnaval es, en efecto, la máscara. Todo induce a pensar que en los comienzos tuvo un cierto matiz funerario, basado en la creencia antromorfista de invocar a los malos espíritus, para ahuyentarlos adoptando el disfraz de los difuntos. Y de ese origen funerario se pasó a la representación eminentemente festiva. Transforma el hombre su faz en antifaz para que, en vez de retrato del alma, pase la cara a ser careta encubridora. Se agolpaba, se agolpa, el variopinto vecindario en posesión de dos más diversos papeles y disfraces, quedando entre bocado y trago, entre fisga y gracia, el atávico rumor de la muerte, y sin que de él escape el verso mismo de Juan del Encina: “Tomemos hoy gasajado, / que mañana vien la muerte. ' ¡Bebamos, comamos fuerte / ¡Vamonos cara el ganado! / que comiendo nos iremos y mañana ayunaremos.”

ABC - 03/03/1984

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