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Mas cornadas da el hombre

DE principio a fin. la corrida de toros equivale a «volver por pasiva la oración» en su estricto alcance sintáctico y con todas las otras referencias (y consecuencias) que la expresión entraña dentro y fuera del ruedo. «Con el permiso de la autoridad —reza el cartel— y si el tiempo no lo impide serán picados, banderilleados y muertos a estoque seis hermosos toros, seis, de la afamada ganadería...»El toro objeto (o «animal-objeto») pasa a ser sujeto paciente (¡y tanto!); adopta el verbo forma pasiva, y torero (sujeto de todas las miradas) viene a hacerse complemento (agente).

Sigue la fiesta hasta que la cornada deja enmudecidas las gargantas y alertos los oídos de la «prensa (primordialmente) del corazón». Todo, a contar de ese instante, empieza a volverse y volverse por pasiva más allá de medida o cálculo. El ciudadano común se convierte de buenas a primeras en fisiólogo, no haciéndole falta titulación alguna al convecino para que se exprese en rigurosos términos científicos, en tanto el lenguaje del quirófano pasa a la oficina o a la taberna. Todos a una comienzan a hablar del "triángulo de Scarpa" (que al torero le es lo que el de las Bermudas al navegante), del músculo sartorio y del abductor medio. Trae el uno a colación la femoral, el otro la safena, el de más allá la ilíaca... y hay un último que (entre copa y copa o expediente y expediente) cierra el improvisado.



«Con el permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide.» Aquí, la vuelta del revés resulta aún más rotunda y desquiciada. Obsérvese, en primer lugar, que se habla de «autoridad» sin adjetivo.

A golpe de pañuelo la autoridad concita el grito del clarín y el rugir de los timbales. Allá, en las alturas, la figura del presidente, rodeado de pañuelos, se magnifica mientras exhibe la gama multicromática y polisémica de sus decisiones absolutamente inapelables. Presidente por unas horas (y con eventual tratamiento de «usía»), gozará, en el ínterin, de unas atribuciones que sólo los emperadores de la Roma clásica conocieron en sus días de esplendor. Premios y castigos dependerán en la plaza del co lor de sus pañuelos como vida y muerte dependían en el «coliseum» del giro que imprimiera el César a su dedo gordo.

Y sigue así la voz pasiva (la subversión de papeles, palabras y conducías) rizando su propio rizo hasta que la realidad muestra su flanco activo y comienzan los hechos a ser hechos. Hay plazas de primera, segunda y de tercera categoría. El toro. sin embargo, sale en todas ellas con dos cuernos que nada entienden de tales clasificaciones. A tal categoría, tal quirófano, olvidada por completo la condición inmutable del «sujeto paciente», encarnada ahora (y en contra de lo anunciado) por el matador. ¿El suceso en activa? La muerte de un hombre, de acuerdo (por si fuera poco) con lo reglamentado. ¿Y la autoridad? De nada valen ya los adornos de hace un instante. Sólo el asombro. La autoridad sanitaria se contentó con dar por válidas las condiciones quirúrgicas que a una plaza de tercera corresponden. Vuelta otra vez la oración por pasiva, cabe indicar a dicha autoridad o a la Administración con mayúscula: «Paquirri murió de una cornada de primera en una plaza de tercera.»

EL COCODRILO - 23/10/1984

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