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El juego de Las Hilanderas

¿Quiere usted practicar el bonito juego de la rueca y la devanadera? Diríjase al Museo del Prado; llegue a las salas destinadas a Velázquez y deténgase ante aquella pintura que en un inventario de 1664 aparece citada como "Fábula de Aragne" y la tradición dio certeramente en llamar "Las Hilanderas". Metonimia se llama esta figura, que tenderá a repetirse en otros y otros cuadros velazqueños: "Los Borrachos", "La Fragua ", "Las Lanzas"... Cuadro de plenitud del inmortal don Diego; cuadro que fue ejecutado tras el segundo viaje que el pintor hiciera a la amada Venecia en 1649 (el primero lo había hecho en 1629); cuadro, en fin, recientemente restaurado con pulcritud y buen tino, dando a la luz la pintura originaria y las que, luego de la muerte del artista, se añadieron en la parte superior y en ambos flancos.

¿Quiere practicar, insisto, el bonito juego de la rueca y la devanadera? ¿Prefiere darse al juego de las tres luces y las dos sombras? Tres son, en efecto, las luces que con el auxilio de dos sombras mediadoras vienen a definir en "Las Hilanderas" la escena laboral de la Real Manufactura de Santa Isabel. Eso es al menos lo que relata el canto llano de la tradición. El cargo de aposentador de Palacio llevó a Velázquez —cuentan— a la Manufactura sobredicha para adquirir tapices con destino a las habitaciones regias recién conclusas. Y allí contempló —agregan— la escena perpetuada en uno de sus últimos y más alabados lienzos. Juego simultáneo de tres luces y dos sombras; juego o luego que —de acuerdo con la sagaz sentencia de Heráclito— se enciende y apaga con medida."

Aposentador del Palacio fué Velázquez, dejando su vida en el fiel cumplimiento del oficio Tiempos eran aquellos en que el ingreso de España en la Comunidad empezaba a hacerse dificultoso. Concertada la boda de la infanta María Teresa con Luis XIV de Francia, se elige la isla de los Faisanes (francesa y española a intervalos legales) como lugar idóneo para el encuentro. Y a la isla de los Faisanes viajará Velázquez en 1660, dispuesto a ornamentar la ceremonia de la presentación de los novios. Contrajo allí Velázquez unas fiebres malignas que, vuelto él a Madrid, habían de costarle, a los pocos días, la vida. A contar del suceso de los Faisanes, y perdidos para siempre el Rosellón y la Cerdaña, España quedaría separada de Europa por la frontera o barrera ("natural", la dicen) de los Pirineos.

El juego de las tres luces y las dos sombras ha de ser captado por el contemplador en serenísimo "estado de simultaneidad"; que lo claro da paso a lo oscuro (para volver a la claridad) en impar y apenas perceptible juego (o “fuego—repetiré con Heráclito— que se enciende y apaga con medida"). Una luz que viene del exterior choca frontalmente en la figura de joven sentada. Tenue es la segunda luz que, llegada de la ventana de la izquierda, se transparenta a través del cortinón rojo, en tanto la tercera ilumina el fondo de la estancia. Sombra y penumbra completan y explican el resto del juego en insensible sucesión de sí mismo y sin el menor sobresalto. Solución de toda solución de continuidad se llama este milagro sencillamente ofrecido a los ojos del contemplador.

¿El juego de la rueca y la devanadera? Basta para practicarlo con dejarse guiar por la explicación convencional dejarse guiar por los "guías" del museo. Fije usted durante algún tiempo su mirada en la devanadera y observe cómo se halla parada, rotundamente detenida. Vuelva súbitamente los ojos a la rueca... y la verá girar. ¿Es redonda la rueda? No, el pintor la ha deformado estratégicamente; ha degradado los tonos al otro lado del supuesto círculo y ha desdibujado, engrosándola, la mano que hace girar la rueca. En el giro de la rueda de hilar Velázquez no ha plasmado el instrumento; ha pintado más bien el movimiento del instrumento. La sensación, realista donde las haya, de corporeidad que envuelve a las figuras femeninas se desprende del juego de la luz y de la sombra, se renueva y renueva en el juego de la rueca y la devanadera... para concretarse en volumen que pesa, al tiempo que vuela en la plenitud de la atmósfera.

¿Juego? "Sólo el juego —escribe Georges Bataille— tiene la virtud de ponernos cerca del futuro, pero fiando al juego, a su solo despliegue, lo que solemos confiar a una idea preconcebida, que en el fondo es una forma del pasado". Juego, en tal sentido, es sinónimo de "riesgo", capacidad de aventura para trascender el umbral de lo conocido, allí donde la teoría consumada (la "idea precondebida") ha de ceder su peso y hermetismo a la apertura de la exploración y al buen aire de la hipótesis. Velázquez es un explorador que partió a la aventura confiado sólo, o cuando más, en el juego de la hipótesis, a merced del riesgo conscientemente asumido a la búsqueda de lo desconocido. Su avanzar por el suelo de lo desconocido entrañó y vino a resumir la raíz de su propio conocer. ¿Teoría general del arte? El arte es esencial descubrimiento, careciendo de entidad y alcance si el artista poseyera de antemano el objeto del conocimiento y la forma de crear. El arte (viene a demostramos Velázquez en el espejo de "Las Hilanderas" es un "conocer creando", hallazgo incesante de lo que antes no era; juego y riesgo que conducen en derechura al universo de la creación.

CAUCE 2000 - 01/10/1985

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