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LA TEMPLANZA DE CURRO VÁZQUEZ

No se entiendan, en contra de toda apariencia, estos renglones como crónica taurina. Quieren más bien resumir el relato verídico de un reciente viaje de ida y vuelta. La verdad es que, la semana pasada, me fui a Logroño a decir de viva voz el pregón de la «feria matea» y volví con un claro prodigio en la mirada; un milagro obrado por el torero Curro Vázquez en perfecta comunión de los tres tiempos clásicos (parar, templar y mandar) con las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Y si el «temple» aparece aquí dos veces mencionado, atribúyase a que por allá (por la candente arena) brilló unas cuantas mas en perpetuo vaivén de sí mismo y para asombro o perplejidad de la andanada

¿Momentos de trance y del lance? Citó Curro al toro con prudencia (esto es, con sabiduría), lo paró con justicia (es decir, midiendo equitativamente las distancias) y ejerció sobre el el mando con fortaleza de ánimo (pesaba el de Peñajara 612 kilos) tras haber templado y templado la embestida en la extensión colmada de la cuarta virtud cardinal. «Temple» y «templanza» provienen directamente del verbo latino «temperare», que significa moderar o suavizar la fuerza de una persona, animal o cosa. En el arte de la música templar es tanto como ajustar el instrumento a la exigencia del sonido; equivale en pintura a amortiguar la estridencia del cromatismo, y en la navegación demanda el acomodo de la vela al embate del viento.

Cual viento huracanado “surge el toro alzando remolinos de arena” (que cantó Manuel Machado) para que el espada lo amaine, reduzca y domeñe en los vuelos de capote y muleta, en la tela (o la vela) bien templada del engaño. Templar, en tauromaquia, incluye o hace doblemente manifiesto cuando digo: adecuar al movimiento del percal y la franela la violencia y la velocidad del cornúpeta. Requiérese para ello, insisto, de concurso de las otras tres virtudes cardinales, redundando el efecto, si en creciente fruición del ojo y el espíritu, en espejo de conducta, en paradigma de los buenos, de los mejores modales. Entre pase y pausa urdió Curro la memorable faena, y a su son el público se fue haciendo verdaderamente respetable.

«No enaltezcas para nada a los hombres de mérito —predica Lao Tse— si quieres que el pueblo no dispute.» Así lo haré yo, destacando sobre el don singular del artista la lección de su buen hacer en la arena y advirtiendo que, lejos de toda disputa, la gente salió de la plaza logroñesa con una elegancia, una distinción y buen tono que distaba mucho de tener a la entrada. Se hablaba en voz baja y aveníase el ademán a la norma latente de la música, la pintura. la navegación... y la teología misma; que si la virtud de la templanza consiste, desde una angulación estrictamente teológica, en someter las pasiones al dictado de la razón, la razonable muleta de Curro Vázquez obró el milagro de convertir en calma el griterío.

Y seguirán insistiendo más de cuatro en la nota sangrienta de un festejo hondamente enraizado en la cultura y definido por la grada, sin más, de los modales. De lo uno dejó dicho García Lorca: «La fiesta de los toros es la más culta del mundo.» De lo otro no dudo en proclamar muy a la llana: ¡Feliz el pueblo que es cruento en la fiesta y no en la guerra! Mal puede tildarse de inhumano un acontecer fundado en la virtud, y peor parece que quienes mueven los hilos ocultos (calientes o fríos) del conflicto bélico se atrevan a criticar airados lo que es pública y risueña manifestación de lo festivo. Fui, en fin, a Logroño a pregonar la feria y me vine con una preclara lección de templanza dictada por el maestro Curro Vázquez.



DIARIO 16 - 29/09/1986

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