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LA FELICIDAD DE FELICITAR

En su más recta acepción etimológica la voz felicitar (del latín felicitare) significa hacer feliz, sin otras adjetivaciones amplias o restrictivas. Incorporada ala castellano, no tardó en asumir una más compleja y concisa relación: “manifestar a una persona la satisfacción que se experimenta con motivo de algún suceso, fausto para ella”. Tres son, pues los término de dicha relación: el que muestra satisfacción, el que, por su merecimiento o por su suerte, es objeto de ella, y el suceso que la origina.

La felicitación viene en todo caso determinada por una causa o motivación que ya se ha producido, sea cual fuere su naturaleza, oportunidad o coyuntura: oposición ganada, quiniela acertada, objetivo cumplido, ascenso en el escalafón, mérito de guerra...

Acendrada costumbre esta del felicitar que, al llegar las fiestas navideñas, ve menguada su interna y privada estructura para convertirse en pública manifestación de satisfacciones, sin sujeto ni objeto ni circunstancia causal que los ampare. Se manifiesta satisfacción por el mero hecho de manifestarla. Aquél felicita a éste, y éste rinde felicitación a aquél. El sujeto es a la vez complemento directo, y ninguno de cuantos intervienen en la transmisión reciproca de felicidad hizo mérito alguno o fue objeto de particular aventura, para tamaño, abundoso y gratuito homenaje.

Le felicita además no por algo sucedido, sino por algo que va a acaecer y en lo que no tienen arte ni parte los que muestran anual satisfacción ni quienes la reciben. Sabedores, sin duda, de que fueron más los días infaustos que los faustos, no se felicitan los unos a otros por lo ocurrido en al año que concluye, sino por lo que pueda acaecer en el que se inicia. No creo que pueda hallarse, al respecto, testimonio mas fidedigno que la tradicional felicitación a la española: “Felices Pascuas y próspero Año Nuevo”. “Feliz entrada y salida”, agregan los más apegados a la llaneza de la tradición (con no ocultas referencias freudianas, o por hábito, tal vez , de haber pasado la mitad de su vida en el metro), cual si en la práctica inexistencia de ese instante pudiera mediar ventura o simple ilusión.

En tanto el integrista subordina en su felicitación la paz al litúrgico gloria a Dios en las alturas, suele el libre pensador enlazar con otras rimas (y libertad, igualdad y fraternidad) que no aparecen entonadas en plena revolución Francesa. “Paz con los tuyos”, Suscribe el ente doméstico; “Paz con los camaradas o con los compañeros”, declara el anima político y más cuanto más alienado ad sinistram; “paz y bien”, sintetizan gente sin ambiciones; “paz y prosperidad”, apostilla el empresario, con alusiones, incluso, al próximo ejercicio.

Los chistmas.

De puerta en puerta con el día, en cartero entrega en mano , al destinatario habitual su propia tarjeta de felicitación navideña. Y ambos datos definen a las mil maravillas su mensaje: la entrega en mano, y el tratarse de una tarjeta de reducidas dimensiones, enteramente desprovista de color, si no es una modesta entonación marfileña o pajiza que igual se da en el christmas del ascensorista o de los del servicio municipal de limpieza.

Fuera de ello, y por tan diversas razones, el christmas exige color, abigarrado cromatismo, con la explícita referencia a un aura de ensueño en cuya incontaminada dimensión los niños y los ángeles parecen salidos de un bazar.

Si el remitente es doctor en teología o Sagradas Escrituras, recurrirá a la simbología dogmática, adobada con los latines del caso, y si en joven padre de familia, y muy de su casa, suplirá al niño por su propio y primer retoño, a la contradictoria edad de un año. El agnóstico cultivado, respetuoso por norma, dejará las cosas en pura ambigüedad (un paisaje invernal, un hórreo nevado...). Pondrá en vegetariano todo el énfasis en al amor a la Naturaleza, en tanto el teófoso no dejará de incluir tales cuales añoranzas de las ruinas de Palmira.

Por su parte, el joven ejecutivo nos enviaría su fotografía estratégicamente contrastada con el puente de Brooklin, torre Eiffel, Plaza Roja, Vaticano o Capitolio..., o su paso, cartera en mano, por aquella escalera del Yumbo que certifica el vuelo en la tarifa “F”.

Queda el aspecto paternalista-miserabilista de la cuestión, cuyo análisis y con el mayor respeto hacia tantas y tan benéficas intenciones y dedicatorias, va a atenderse a esta proposición dialéctica: Artis –Mutis “versus” UNICEF. Reconocido el fondo primordialmente humano que anima a ambas entidades, uno se declara acérrimo partidario de la primera y reconoce que felicita las Pascuas con los artistas mutilados (o mas bien, viceversa), pone en sus manos a precios tan razonables y por vía de modestia poco menos que franciscana.

Lejos de mi ánimo oponer el más leve reparo a una entidad como UNICEF. Trato únicamente de contraponer prestigio y reconocimiento tales con el mutismo y de quienes, valga el capricho de las palabras, hacen artis mutis. Y todo ello sin exceder para nada este tema: la felicitación navideña, al christmas. No creo, así las cosas, incurrir en delito si muestro total predilección por la rudimentaria y meritoria labor de unos y no a la firma de los maestros, diseñadores, pintores y famosos pregoneros (Chagall, Ustinov-Kaye y otros artistas invitados) que aparecen en el reparto final de la gala del año. Felicitación exige merecimiento y los únicos, a juicio mío, que felicitan a los a los otros con el menguado y entrañable don de su propio merecer son los hombres de Artis-Mutis y quienes se les parezcan.



CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 24/12/1977

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