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ARMAS NUEVAS Y MENTALIDAD VIEJA

El nuevo orden se impone de una forma evolutiva

«Lord Grey observó —comenta Gertrude Stein, a propósito de la guerra del 14—, que cuando los generales hablaban de la guerra antes de la guerra, hablaban de ella como de una guerra decimonónica, aunque tenían que combatir con armas del siglo veinte». Queda clara, en esta tan aguda observación de lord Grey, la diferencia que media entre prepararse para una cosa que ha de hacerse, y el hacerse mismo de tal cosa. La guerra del 14 era, en efecto, un hecho muy distinto, para vencedores y vencidos, antes de su declaración que en los días de la refriega o al tiempo de la paz.

Preparar una cosa es condicionarla, aun con miras de futuro, a un saber antecedente o hacerla presa de una actitud académica, con las normas y previsiones propias de todo academicismo. Luego la cosa se produce y su propio producirse provoca una experiencia que, como tal, hace cuestionables o inválidas aquellas normas y previsiones (experiencia, en sentido estricto, es conocimiento de lo desconocido o prueba de lo no probado), viniendo a determinar un nuevo alcance de la realidad, un ángulo nuevo de la contemplación y una conciencia renovada.

Distinta edad

Ahora bien, únicamente los que afrontan el hacerse de la nueva situación por vía de experiencia (es decir, los que en ella conocen lo desconocido o prueban lo hasta entonces no probado), hacen igualmente suyo el nuevo alcance de la realidad, el ángulo renovado de la contemplación y la conciencia de la nueva conciencia. Los demás permanecerán obstinada o inconscientemente fieles al pasado, tratando de acomodar a sus categorías preestablecidas, a sus esquemas heredados, los datos, y exigencias de una realidad que no les cuadra: podrán ser sus armas del siglo XX pero su mentalidad sigue siendo decimonónica.

La diferencia que separa un tiempo de otro viene, fundamentalmente, determinada por las distintas cosas que ven los hombres de una y otra edad. «Nada cambia de generación en generación —apunta certeramente Gertrude Stein—, salvo la cosa vista». Y ocurre que todos ven esas cosas que, siendo exclusivas de una época o producto y espectáculo de una generación, entrañan la diferencia esencial respecto a generaciones y edades precedentes. No todos, sin embargo, saben contemplarlas .e incluso usar de ellas con la mirada peculiar que ellas exigen o desde el punto de vista de su propio hacerse y mostrarse.

Cabe establecer, tras lo dicho, dos grupos de personas o dos tipos de actitud de cara al surgir de una nueva mentalidad que ha de traducirse, necesariamente, en cosas presentes al sentido y condicionantes de la vida, en su dimensión incluso más cotidiana: los que vivieron directamente la experiencia del nuevo producto o participaron de ella con posterioridad y quienes afrontan la realidad de ese mismo producto, que está ante sus ojos, al margen de su experiencia o a través de esquemas heredados, categorías preestablecidas y otras formas del saber convencional.

Creadores

A la cabeza del primer grupo se hallan, naturalmente, los creadores y, con ellos, un puñado de espíritus despiertos y arriesgados que aciertan a captar el sentido y alcance de ajenas creaciones en su mismo origen o en el tiempo de su paulatina aclimatación al universo de las cosas. El otro grupo queda a merced de irreflexión masiva, de comprobada incapacidad a la hora de convertir en actitud vital lo que es ineludible presencia física, o en consciente y obstinada negativa ante formas y procesos que impiden la retroacción de un pasado inmediato y más o menos glorioso.

Frente a la obstinación de unos, a la impotencia de los otros y a la irreflexión de los más, el nuevo orden, avizorado por los creadores y secundado por sus émulos, acaba por imponerse y plasmarse en cosas entre las cosas: aquellas cosas, precisamente, que separan un tiempo de otro y fijan la diferencia entre distintas edades y generaciones sucesivas. Y ello acaece mediante un proceso lento de aclimatación que viene a imprimir un cierto matiz trágico en la semblanza de los creadores: el hecho de que su reconocimiento se produzca, no pocas veces, tras su muerte.

Observará el lector que, hasta el momento, para nada he hablado de arte, ni aludido siquiera a cuestiones estéticas, y sí, y profusamente, de cosas (cosas vistas, cosas entre las cosas, universo de las cosas...). Y es que el planteamiento global del arte en general y del muy particular de nuestro tiempo responde (frente a errónea y divulgada creencia), antes que a la deducción de conceptos puros o a la anteposición de esquemas mentales y otras formas. del saber convencional, a la reflexión del ciudadano sobre las cosas integradoras de su entorno.

Aclimatación

Se ha cumplido el proceso de aclimatación del orden contemporáneo (murió, para mejor testimonio, Picasso, y acaba de fallecer Max Ernst, el último de los viejos pioneros). Lo que ayer fue revolución y vanguardia es hoy cosa asentada entre las cosas, requiriéndose para la asimilación consciente de lo ya aclimatado un esfuerzo espiritual contra pereza, alienación o prejuicio, un acto meramente reflexivo, o un sincero declinar (en el peor de los casos) la defensa a ultranza de un concepto de belleza inmutable o de valores eternos o de pasado glorioso.

La diferencia, entre un tiempo próximamente pasado y el nuestro, queda cumplidamente certificada por la presencia embargante de unas cosas que desde sí vienen a indicar la imposible retroacción de aquél y la vigencia efectiva de éste, que decimos moderno. No reconocer la validez o la simple constancia de esas cosas entre las cosas equivale a negar la luz del día (tal como cae sobre la fachada de un edificio que todos llaman moderno, es decir, construido a tenor de unas premisas más o menos bastardas o genuinas, pero inicialmente renovadoras, revolucionarias).

Nuestro entorno

La sola presencia de tales nuevas cosas (la casa moderna, la decoración moderna, el salón moderno, el diseño moderno.,.), primigeniamente dimanadas de la aparente inutilidad del arte y trasladadas luego a la eficiencia de los usos y los consumos, señala inequívocamente la relación entre aquellos puros orígenes y estas consecuencias prácticas, viniendo a constituir (tras un largo, latente y tortuoso proceso de aclimatación y para bien o para mal), la realidad de nuestro entorno, el medio más obvio de nuestra vivencia y convivencia.

Cierto que desde la primera hora de la modernidad no han dejado de producirse propuestas renovado

ras y actitudes disconformes con la interpretación usual de lo moderno, pero no es menos cierto que ni unas ni otras han roto el vinculo entre el ayer moderno y las novísimas miras del hoy en curso. Entre ambos términos han mediado, cuando más, modas fugaces y lances efímeros que, de hecho, certifican una continuidad en el trasiego de las vanguardias y en la constancia de las cosas (cuyo cambio efectivo es el que supondría el advenimiento de una nueva generación).

Reflexión

La simple conciencia del ciudadano ante las cosas que traducen el sentido de su tiempo (su positiva integración en el entorno) le exige una llana reflexión, por cuya virtud, ya que no por su experiencia inmediata, podrá acercarse él al hacerse y mostrarse del arte contemporáneo. Sin ese elemental acto reflexivo, resulta imposible la más remota afinidad, siendo no poco afín el fundamento recíproco entre lo que contempla el ciudadano a su paso por la calle y lo que realiza el artista en su taller y exhibe en la galería de turno o en el marco ritual del museo.

Los generales, antes de la guerra del 14, tenían una mentalidad antigua y un armamento moderno. Fue la experiencia bélica la que hizo que el desfase de aquélla se aviniera a las exigencias de éste. La experiencia fue de unos pocos, aunque las nuevas armas quedasen al alcance de muchos y sin que ello entrañara un cambio en la mentalidad colectiva. Convertida hoy en costumbre común la inicial experiencia revolucionaria del arte, ¿no es igualmente penoso que el hombre medio, en posesión de un bagaje moderno, mantenga una mentalidad desfasada y anacrónica?

EL PAIS - 23/05/1976

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