Ir a SantiagoAmon.net
DALI,LEGÍTIMO REPRESENTANTE DE SÍ MISMO

Hace apenas dos años decidió sepultarse Dalí en su propio silencio para volver, pasados tres meses, a la proclama habitual de su incurable desmesura. Le dieron entonces por muerto, y al trimestre resucitó ante el estupor de los informadores por el convocados a la muy singular ceremonia del retomo a la palabra. Volvió Salvador Dalí hierático, vestido con el fulgor del oro y tocado con la gallarda barretina escarlata. El bastón de mando en la mano diestra. y un bello verso de Joan Salvat Papaseit en sus labios: “Dije que volvería cuando florecieran las espadas”.

Nada se le antojó a uno tan a la medida de lo de entonces sucedido como el verso esperanzado y luminoso de quien, conterráneo suyo, murió surrealista con probada antelación a la fundación oficial del grupo parisiense (de acuerdo con el manifiesto, harto oficialista, de André Bretón). Tampoco hubiera cuadrado mal al lance una elegida estrofa del no menos surrealista e igualmente convecino J. V. Foix (frustrado premio Nobel —más de una vez lo he dejado dicho— por haberse empeñado en confinar su escritura a la lengua vernácula).

¿Otras posibles invocaciones, y sin salir de tierra catalana? Valga el ejemplo de Brossa, personalismo cuente entre el surrealismo de preguerra, que alguien dio por definitivamente marchito, y el de posguerra, de cuya resurrección no se hizo esperar la noticia. Valga, así mismo, de referencia Cirlot, a caballo de la agitación surrealista y el balbuciente -postismo-, o el más severo y aborigen Espriu... o el mismísimo Raimundo Lulio aventurado descubridor de suprarrealidades ocho siglos antes de que a Bretón le dieran la primera papilla

“El surrealismo soy yo”, ha sido en labios de Dalí proclama constante y personificada encarnación de algo muy propio de su tierra y cal arte de su tierra. Mucho se jactan los franceses de nacer suya la invención, surrealista, siendo no todos los indicios que la harían y la hacen genuinamente catalana. ¿Otras pistas y otros nombres? Gaundí, surrealista antes del surrealismo, Miró, vinculo indispensable en el tránsito del surrealismo europeo al expresionismo americano, Tápies, fiel cotejo entre- la práctica onírica y la abstracción...

Lo que en Paris, y a manos de André Bretón, se elaboraba con el adorno, tantas veces superficial, del manifiesto programático brotó en Cataluña como recuerdo de un recuerdo..., y a modo, también, de atracción para más de un surrealista foráneo. Antes de los años veinte era ya Barcelona un foco o hervidero o tentación surrealista. Recuérdese, en fin, el risueño viaje de Francis Picabia a la Ciudad Condal tras la huella de la suprarrealidad... y dígasenos luego, con Dalí a la cabeza, quien es quién en esta historia, sin olvidar que hasta El Bosco (Bosch) tenia apellido catalán. . .

Nadie pondrá en duda que Dalí encarna, y por excelencia, la rara condición creadora tan afín a su

tierra y a los artistas de su tierra. Cierta es la afinidad como innegable la identificación de Dalí con el surrealismo y consigo mismo (de ser cosa distinta esto y aquello}. Repare el lector en que Dalí jamás afirmó ser el más grande pintor surrealista. Por lo que hace a lo uno se limitó a destacar olímpicamente su irrenunciable condición de genio, relegando todo adjetivo, por lo que a lo otro atañe, a estricta y taumatúrgica sustantividad: “El surrealismo soy yo”

Y si a él le da de vez en cuando por rebajar su tasa ("me conformaría —confesaba no hace mucho— con ser uno de los mejores pintores de la provincia de Gerona-) nos seria a nosotros preciso acudir a su adolescencia para en ella reconocer al hombre de oficio que desde entonces cedió la personalidad del notable pintor a la del Dalí antonomástico, representante universal de si mismo en cualquiera de sus actos, incluido el del diario respirar. En su carné de identidad se lee (y bien lo saben los de la aduana). “Salvador Dalí, de profesión Salvador Dalí."

Lo que en los más de los artistas responde, llegado el caso, a decadente pérdida de identidad atribúyase, en la insólita circunstancia de Dalí, a prematura transustanciación de la obra en la vida. Muy ajena le es a este “alegre genio del Ampurdán” (como él mismo, condescendiente o justo, se autobautizó frente a la “genialidad demoníaca de Picasso”), aquella inevitable mengua de la identidad creadora que la decadencia impone incluso a los mejores. No, no va ello con quien sigue mirándose (¿desde hace setenta años?) en su propio espejo sin defraudar jamás a la parroquia ni desmentir su fama intransferible.

Más acá o más allá de todas las otras representa clones y significados que le vengan a uno a la cita (y de justicia, sin duda, le cumplen), Salvador Dalí es, ante todo y sobre todo, legitimo y universal representante de si mismo, escueta y abundosa significación de su propio significado. Un buen día decidió Dalí convertirse en Dalí y de entonces acá no se ha desprendido de un sólo atribulo de su propia reencarnación en vida. El lúdico pintor de ayer y el inspirado escritor de siempre (que en la primacía de lo uno o lo otro hay más de una duda) poco o nada son al lado del personaje convertido en su propio personaje.

¿Ha observado usted el aire de ventrílocuo que adquiere Dalí al emitir su sonoro verbo (no se sabe bien si de los ojos, los labios o el bigote) Tal y no otra parece su ceremonia impar, y uno mismo son en ella los extremos del espectáculo. Representante, y sin posible cómplice o sustituto, de si mismo. Dalí es el único ventrílocuo de tiempos pasados y futuros que actúa enteramente al margen de muñeco-portavoz. La pregunta nacida en él (¿de lo hondo de donde?) a él retorna (como el eco del eco) y en él viene a hallar la respuesta siempre (¡siempre!) imprevisible.

Representación de su propia representación, arte de su arte y biología de su biología. Salvador Dalí rebasa la noción misma de arquetipo. No, no es Dalí el arquetipo del surrealismo: el mismo, y según propia confesión, es el surrealismo. Inimaginable se me hace la reacción de Dalí al verse reflejado en el espejo (a la hora, por ejemplo, de engomarse el bigote). ¡Tan incorporada está su personalidad a su personalidad! En cierta ocasión alguien le preguntó- "¿Por que se deja usted el bigote puntiagudo''¿Y por qué usted se deja —fue la respuesta inmediata de Dalí— la nariz puntiaguda”.



ABC - 15/04/1983

Ir a SantiagoAmon.net

Volver