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MAN RAY MUERTO. SUS PLAGIARIOS VIVOS

Nacido en Filadelfia (1890), acaba de fallecer en París (18-XI-76) Man Ray, risueño impulsor de la vanguardia, que hoy sus aburridos "émulos coyunturales" se empeñan en convertir en academia.

La mayor originalidad de Man Ray radica en la introducción de materiales ajenos al arte, e incorporados por el a sus cuadros, en la reconstrucción de objetos, desituados de su contexto habitual, y en el empleo de técnicas industriales (fotografía, aerografía...). Por lo que hace a los procedimientos, su gran innovación fueron las rayografías (no refiera el lector la etimología a la voz rayo, sino al apellido de su inventor), y los objetos rectificados, en lo tocante a la obra.

Dadaista antes del dadaísmo (tres años antes de su fundación oficial, en Zurich, el se lo había sacado de la manga, en Nueva York, acompañado de Picabia y Duchamp), participó Man Ray en casi todas las exposiciones del insolente grupo, colaboró en buena parte de sus publicaciones e ilustró no pocas de sus revistas. Dos, finalmente, de las películas de Man Ray (Emek Batía, de 1926, y Etoile de mer, de 1928) entrañan el hallazgo de un nuevo vehículo para la emisión de una poética igualmente nueva.

Objetos sin función

¿De dónde les vienen originalidad y buen sentido a los objetos rectificados de Man Ray? Cuando Marcel Duchamp expuso por vez primera sus Ready-made. simples objetos extraídos del entorno acostumbrado (la Rueda de bicicleta, de 1913, el Portabotellas, de 1914, o el Inodoro, de 1917) no albergaba intenciones alegóricas o simbólicas, quería, más bien, divulgar una creencia: la de que cualquier objeto, desprovisto de función, adquiere, sin mas, entidad y consideración plena de objeto artístico.

Y fue a esta singular concepción estética de Marcel Duchamp, y en la entraña misma de su desarrollo, a la que Man Ray agregó un dato más, la sola sugerencia de una explicación o simple complemento: la rectificación. Si a cualquier objeto de uso le añadimos una leve rectificación que venga a privarlo, precisamente, del uso, ¿no habrá quedado convertido, de algún modo, en entidad puramente contemplativa, esto es, en objeto propio y especifico del arte?

Su celebrado Cadeau, de 1921, no es sino un utensilio vulgar, una plancha de ropa, cuya superficie inferior, la destinada al planchado, se ha visto rectificada mediante la inserción de una hilera de clavos puntiagudos (de no oculta ascendencia o estridencia surrealista), quedando así el uso transformado en contemplación y dando la utilitas paso al arte. ¿ Que son los objetos al margen de su función? ¿Escombro? ¿Entidad contemplativa? ¿Asunto o sustancia, la más adecuada, del arte?

Ni Duchamp, con sus Ready-made, ni Man Ray, con sus objetos rectificados, querían propiamente negar la posibilidad artística, sino su espúrea versión académica, desafecta a la vida. Al exponer, rectificado o no, en el muro de la contemplación (aula, museo o galería) lo hallado en el suelo de la utilidad y privarlo de día, para dotarlo de un alcance puramente manifestativo, ¿no estaban haciendo, conscientemente, suya la dimensión más genuina del arte?

"El arte no hay que hacerlo afirman hoy, paradójicamente y por fácil o externa emulación de Duchamp y Man Ray, muchas de las novísimas corrientes, hay que “hallarlo". Y bien amigos, ¿dónde y a tenor de qué ley o en virtud de qué ángulo del contemplar? Cierto que las cosas, en cuanto que tales, al verse privadas de uso y función, vendrían a ser mero soporte contemplativo, y, por dadas o insólitamente impuestas, habían de entrañar toda una meditación aproximativa al porque del arte.

El arte no se hace

"No hay que hacer el arte; hay que hallarlo", insisten los novísimos ocurre que esta proposición tan a la moda (aunque se remonte su origen a los inicios del siglo) y de apariencia tan razonable, no hace sino aplazar, sin resolverlo, el meollo del problema Porque, ¿quién lo hallara, sino aquel que centró su conciencia y articuló su habla de cara a la contemplación y revelación de las cosas? ¿Quién sino el artista, el verdadero creador, vigía despierto y fiel indicador de la realidad?

Por encima de cualesquiera otros significados, el recuerdo de Man Ray quiere aquí poner de manifiesto una vana, novísima y anacrónica pretensión: el recurso perpetuo de muchos neoovanguardistas a los padres legítimos de Dada, sin atender a su actitud desenfadada. ni al buen humor con que ellos la hicieron pública (poco acorde, por cierto, con el gesto grave o reticente, meditabundo o amenazante y eminentemente triste de quienes hoy, y por decisión propia, se dicen sus discípulos).

Es allí, en su propia experiencia (fértil experiencia de los Man Ray, Duchamp, Picabia) donde el gesto dadaista ("¡el arte ha muerto!” ) cobra sentido y relevancia; allí y entonces, en el fragor desbordante de la creación, no aquí y ahora, cuando, esfumada toda capacidad de obra (a merced de una información exhaustiva, de alegre y rutinaria emulación o plagio descarado), se quiere imponer, por vía sucedanea, el dogma del concepto y las pretensiones de una actitud contradictoria y académica.

¿No resulta acaso paradójico que lo que ayer fuera decidida vanguardia haya parado, por uso y abuso, en complaciente academicismo? ¿No es colmo de contradicción que los objetos recreados de Man Ray, destinados en buena medida a combatir el buen gusto burgués, acaparen hoy su demanda y cuenten (¡y a qué precios!) entre sus valores, o que el carácter desmitificador con que fueron concebidos y alumbrados haya concluido en la mitificación de quien los hizo?



CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 03/12/1976

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