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UCD Y EL MAREMOTO

<>. Este enunciado conformaba, tal cual, el titular de un trabajo aparecido en un vespertino madrileño, semanas antes de que diera comienzo en Palma de Mallorca el Congreso del partido que a su aire nos gobierna. El Congreso cerró hace días sus puertas y la frase, sugerente e indescifrada, sigue zumbando en mi oído. ¿Por qué, precisamente, un maremoto? Escasas eran las pistas ofrecidas, bajo tan alarmante encabezamiento, por el comentarista ocasional, debiendo el lector suponer que la metáfora del fenómeno sísmico se desplazaba a la mar en la medida en que a la mar confiaban los ucedistas sus pelillos (en aquella porción justamente de la España insular elegida entre mil para miles y miles de lunas de miel).

Y del maremoto se pasó a la vieja contienda entre capitanes y corsarios y a otras y otras evocaciones de marítima raigambre. En plena ebullición del concilio centrista daba Emilio Romero a las páginas de A B C un comentario colmado de humores, del que vale acotar lo que sigue: «Los críticos se dirigen a Lepanto buscando algún Cervantes de arcabucero. La Iglesia está con ellos, y los turcos (que es la izquierda y no UCD) andan preocupados. La flota que podría salir de Mallorca es una flota corsaria.” Tampoco ha faltado la alusión a la marejadilla convertida en galema tras la dimisión del presidente, sin que se haya hecho esperar la referencia al mare mágnum acorde con toda crisis, por más que ésta haya tratado de aliviarse en aguas calmas del Mare Nostrum.

¿Ha pretendido UCD recuperar, con su Congreso flotante, la imagen de aquella vocación marinera de España que tantos desvelos procuró a la dictadura, aun sin otros lances, tal vez, ni otros logros que los librados y habidos en Puerto Banús? Sintomático parece que sus huestes hayan tenido a bien concurrir a la periferia insular, burlando su propia entidad e Incluso desoyendo lo prescrito por aquel rey que, hundida la Invencible, fijó el centro político en el centro geográfico de la nación. Nadie, en fin, negará que el consistorio ucedista ha servido (algo es) para reanimar la metáfora del mar, del que no teníamos últimamente otra señal (anticiclón de las Azores al margen) que la triste noticia de algún pesquero apresado en aguas marroquíes o comunitarias.

Rodeada, con Portugal, de mares, España ha venido viviendo (¿desde lo de la Invencible?) de espaldas a los mares y de espaldas, también, al Portugal fraterno y absurdamente desdeñado. Sus miradas atendieron, de común y por fuerza, al centro geopolítico o trataban de emular, cuando más ilustradas, el modelo francés, que lo es, y por antonomasia, de todos los centralismos. Y como los hechos tardan poco en incorporarse al lenguaje, no es ocioso apuntar que entre españoles el inmenso sustantivo del mar se trivializó en adverbio («la mar de simpático»...) o en eufemística interjección («mecachis en la mar salada-...) o dio en reflejar, fuera de sí, alguna vicisitud del pensamiento («mar de confusiones», «mar de dudas»...) o del sentimiento («mar de lágrimas» ...).

Pero volvamos al maremoto, Se entiende por tal un cúmulo de olas de excepcional empuje, que en el Pacífico rompen contra la costa y aparejan catástrofe tanto en su avance como en su retroceso. La causa primera de los maremotos --convienen los sismólogos- es la existencia de algún terremoto en el fondo del océano. Los núcleos de Irrupción se dan en las profundas fosas oceánicas para luego emerger en la forma antedicha de furioso oleaje. Se localizan las zonas sísmicas más relevantes en las proximidades del Tapón y en el litoral chileno; de lo que se desprende que hablar de maremotos en el Mediterráneo sea metáfora, aunque no exenta, como luego ha de verse, de ciertas afinidades a la fluctuante asamblea centrista en las tranquilas aguas del viejo mar nuestro.

Un maremoto, así las cosas, no es sino un terremoto desatado en el seno de los mares, aplicable a aquél las leyes de éste. Cabe agregar que uno y otro entrañan un suceso intrínseco, surgido de sí, desarrollado en sí y en sí mismo concluso, repercutiendo su ulterior calamidad en confines ajenos a la erupción, ¿Y dónde sino en su propio seno ha estallado el maremoto ucedista? ¿Y a quiénes afectarán sus secuelas sino a los ajenos a sus siglas? Como cosa de ellos plantearon, prosiguieron y consumaron los de UCD su maremoto. Con su pan se lo han guisado y con su pan se lo comen, sin reparar, tras lo visto y oído, en el de millones de estupefactos contribuyentes. Hechos oídos sordos a la expectativa ajena, han cumplido a rajatabla (UCD cumple) la ley del seísmo.

Todo seísmo, marítimo o terrestre, obedece a una desviación producida en algún segmento menos consistente de la corteza exterior del globo. Y son, al desviarse, las líneas de estructura débil de dicha corteza circular las que provocan la sacudida. Traslademos ahora el caso, por simple vía de ejemplo, al emblema de UCD. Si los dos semicírculos que lo conforman hubieran respondido a su propia y respectiva estructura o se hubieran mantenido en igualdad de equilibrio y tendón, en modo alguno hubiera tenido lugar el seísmo. Al desviarse, sin embargo, uno de ellos, por más débil, y configurar un segmento (es decir, una porción demarcada por menos de un semicírculo), equilibrio y recíproca tensión no tardaron en romperse ni tardó en producirse la inevitable sacudida.

A lo largo de su crisis se han venido comportando las gentes de UCD como sismólogos consumados o amaestrados factores, mejor, de su propio maremoto. No llegando a llenar los del sector crítico la totalidad de uno de los dos semicírculos (ignoro si el verde o el naranja) estaban desequilibrando desde el principio, y hacia el bando oficialista, la entidad bicromática l plenamente circular del conjunto. De ello, y por su propia debilidad (remítase el lector a los resultados de las votaciones o comprueben mayorías y minorías en la renovación de los cargos ejecutivos), partió la desviación inicial, y merced a ellos se produjo la ulterior conmoción, en beneficio (Si de beneficio puede hablarse) de los otros y para desdicha de todos los demás, que los más somos.

Dije antes que maremoto y terremoto son suceso intrínseco, aunque luego se propague a la redonda la calamidad por ellos procurada. Desde sí, y sin más, se provoca el seísmo, y a través de sí estalla en perfecta verticalidad, de abajo arriba. Se distinguen en él dos centros: el inferior o hipocentro, y el superior o epicentro. Situado aquél a gran profundidad, emite su empuje a través de una inflexible línea vertical que comunica con éste en la superficie. Y así, el hipocentro, verdadero núcleo o motor del seísmo, queda, tras la provocación, en la latencia, en tanto acapara el epicentro la totalidad del espectáculo (en su más estricto sentido etimológico), hasta el extremo de que la vertical que los une recibe el nombre exclusivo de línea del epicentro.

Remitamos, por vez última, los términos a la crisis de UCD, convertida en maremoto. De abajo vino la provocación (en su aceptación más noble) y abajo han quedado sus críticos impulsores. Inflexiblemente trazada la vertical entre los dos centros de seísmo, ha correspondido a los oficialistas, reforzados o no, la parte de arriba, por la propia y paradójica ley de una conmoción que se exigía y resístanse ellos, aun resultando aparentes triunfadores, a aceptar. ¿Se ha desmoronado el centro? Su denominación exige, al menos, un leve retoque. A partir de ahora, los críticos habrán de integrarse, en la Unión de Hipocentro Democrático, cumpliendo a los oficialistas ostentar el nombre de Unión de Epicentro Democrático. Para el resto, todo sigue, más o menos, donde estaba.

ABC - 15/02/1981

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