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Catalogo de E.Chillida en la galería "Iolas Velasco".

Comentario a los «Comentarios» de Eduardo Chillida

Eduardo Chillida ofrece a la contemplación pública la consumación de estas sus criaturas, tras haber agotado las posibilidades de una hipótesis inicialmente vislumbrada, esto es, de un sustrato en que ellas asentaron su condición primera y del que ahora desprenden su grado perfectivo, su propia conclusión. Eduardo Chillida expone hoy a los ojos de los demás lo que ayer pareció perfecto a los suyos (perfecto, es decir, consumado, concluso).

¿Cuándo puede decirse que la obra de arte, cada obra de arte, ha llegado a su término? ¿Cómo sabrá el artista que la obra es acabada? ¿Por qué, en un momento dado, la da por concluida? La respuesta de Chillida, referida a su caso concreto (ejemplo y paradigma de otros muchos), suele ser tajante e inmediata: la obra me resulta perfecta, cuando me es familiar.

¿Filosofías? ¿No ha recabado el quehacer de Chillida atención privilegiada de parte del pensar filosófico? Glosas, entre otras, como la de Gastón Bachelard o la de Martín Heidegger son más que ilustrativas. Las propias y habituales lecturas de Chillida (Bergson, Heidegger, los presocráticos, los románticos alemanes...) y sus mismos comentarlos (que tantas veces recogimos de su voz) corroborarían sus raices en el suelo del buen filosofar.

A estos comentarios es a los que ahora quiere dirigirse el nuestro, dejando, por esta vez y en pro del apunte filosófico, el cuerpo de la obra al Juicio o al deleite o al asombro del contemplador. Y de entre ellos espigamos aquel que mejor cuadra a lo que aquí y ahora se ofrece a nuestros ojos: la obra me resulta perfecta (esto es, concluida), cuando me es familiar.

¿En virtud de qué confrontación puede la obra ser familiar a quien la hizo y dejar con ello señal de su grado perfectivo? Fácil parece vincular la noción de acabamiento a la representación anticipada de la obra (finalismo) o a la trama gradual y acumulativa de las partes que la integran (mecanicismo). Una y otra via. por feliz que fuere el recorrido, abocan irremediablemente a ilustrar el acto de la creación a la luz del trabajo del artesano o del fabricante.

Hay, sin embargo, una diferencia capital entre la labor de éstos y la del artista. El trabajo del artesano y del fabricante es controlado por la función de la obra que ellos construyen. De aqui que finalismo y mecanicismo la expliquen tan cabalmente. ¿Qué es la función sino un modo de objetivar la obra y de entramar sus partes hacia su seguro acabamiento? Cuando es perfectamente sabida la función de la obra, perfectamente sabido es su término.

Distinto es el caso del artista, entre otras razones porque la obra carece de una función semejante. Uno de los problemas más graves que, por tal modo, se le presenta al artista, es terminar la obra, ¿Cómo objetivarla perfectivamente? ¿Qué criterio o confrontación vendrán a controlar su perfeccionamiento? No queda otro camino, asi las cosas, que el retorno a sus orígenes, el cotejo con la genuinidad del punto de partida.

Por aludir al momento incipiente de la creación, Eduardo Chillida suele usar de una voz harto expresiva; los aromas. La obra toma su origen de una incitación, vaga y palpitante, por parte de las cosas, no de un esquema mental. Es una llamada como de simpatía (dicho en lenguaje bergso-niano) que viene de la realidad y sólo puede ser atendida por intuición. Incitación y llamada tales, son como aromas, por su tenue e inmediato acontecer embargante. Y en el tránsito de estos aromas va, por un instante, el palpito de la vida.

Estos aromas incipientes exigen, para su fresca floración, el suelo firme de la hipótesis, el apoyo de un sustrato (hipótesis, etimológicamente entendida, significa sustrato), el tacto, el peso y la solidez de una materia en que plasmar el cuerpo informe, absoluto, dionisiaco, de la vida y de la creación.

Y sobre esta materia se inicia un trepidante proceso de negación, en cuya trama van cayendo posibilidades y más posibilidades hasta que sólo quede ta última, y en ella, cuando más, el eco de las que fueron. El escultor ha Instaurado la materia y en su corporeidad busca ahora la objetivación de la última hipótesis, pero [a busca hacia atrás, hacia ios orígenes, la busca a tergo, y antes por supresión que por acumulación de posibilidades y de formas.

La concurrencia de las formas lleva implícita, y más cuanto más se individualizan, et germen de su disociación, que disipa otras posibilidades y orienta la llegada esclarecida de una sola. El escultor no podía preverla, ni ella ha sido la síntesis de un fin propuesto y alcanzado. Ha sido, más bien, fruto de una retroacción paulatina y laboriosa hacia la genuinidad del origen, el retorno rectilíneo al caudal incipiente de los aromas.

Juzgo concluida la obra —insistirá Chillida—cuando me es familiar. Pero familiar —se dirá el lector— ¿respecto de qué? Respecto sólo de aquellos aromas primigenios que, provenientes de la realidad, pusieron en marcha la génesis toda de la creación. La obra será perfecta o bien consumada. si hace explícita, desechando o disociando las demás, su posibilidad verdadera, si traduce unívocamente aquella llamada como de simpatía que venia de lo exterior, si resume la efusión, tenue y embargante, de los aromas de lo desconocido, convertidos ahora en aromas de familiaridad.



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