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SÁNCHEZ HEVIA

Al lado de su innegable belleza formal, suscitará vivamente los cuidados del visitante la amplitud discursiva del título con que se adorna y autodefine uno de los cuadros de Ginés Sánchez Hevia. Se trata de un texto encadenado, cuya lectura irónico-poético-explicativa es la que sigue: «Estanque para animales, a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.»¿Una división por especies? ¿Una clasificación supracientífica, al otro lado de la flora y la fauna?, ¿Un cuadro sinóptico de no oculta sugerencia polisémica? Algo de lo uno, lo otro y lo de más, allá tiene el título entredicho (y el hermosísimo cuadro. que ilustra). El texto debido (¡cómo no!) a la pluma de Borges, fue en su día traído a cuento por Foucault con el ánimo de cuestionar la validez de cualquier clave clasificatoria en la que se pretende enclaustrar el enigmático fluir de la vida, de espaldas al con fin inabarcable de sus auténticos significados. Y si hoy Sánchez Hevia vuelve a resucitarlo es con la sana intención de patentizar la alternancia (o plurialternancia) significativa que bajo cualquier definición se encubre y diversifica.

Arquitecto y pintor, Ginés Sánchez Hevia nos ofrece en sus propuestas formales una incesante alternancia de lectura. La primera de .ellas obedece a la doble razón del oficio, viniendo las otras a especificarse en sucesivas síntesis: planta-alzado, forma-cromatismo, planimetría-axionometría, concepto-grafismo, naturaleza- artificio, significante-significado, presencia-imaginabilidad, sueño-vigilia... Y ocurre que, por donde magia del arte, estas y otras tantas parejas tienen la virtud de desencadenar verdaderas constelaciones de mensajes, más y más antiguos e inaccesibles a cualquier fórmula de definición o clasificación si no son de la estirpe de aquella que Borges propone y Foucault analiza, terminando nuestro hombre por convertirla en título singular de una de sus más singulares creaciones.

A caballo de una arquitectura imposible y una pintura verificable, la obra de Sánchez Hevia puede inducirnos a un eventual parentesco con los sueños febriles de Sant'Elia, las metafóricas maquinaciones de Hollein, las utopías colosales de Soleri, Yonas, Kiesler, Katavalos y ciertos feligreses del Archizoom, las racionales incursiones de Wachsmann en el absurdo, los inverosímiles ejercicios de los Five norteamericanos o los Cuarenta londinenses, la plasticidad histórico-ilustrativa de la Tendenza... Por muchas que sean o parezcan tales afinidades, uno cree que lo más y mejor del quehacer de Ginés Sánchez Hevia radica en un austero y lúcido remitirse a su propia experiencia, acertando a traducirla en formas de conocimiento universal y lectura alternativa, más y más diversificada. En ello y en una sensibilidad a flor de piel, en un claro saber, un bien construir e inmediato comunicar lo, difícil o milagrosamente comunicable.

Con un no oculto acento melancólico («consolatio arquitecturae») y ante la imposibilidad de su verificación en el campo de las realidades (de las construcciones), los sueños de la razón arquitectónica dan premeditada franquía a la efusión irónico-poética de los colores y las formas, por vía de propuesta alternativa y a merced de una refinada sensibilidad.

EL PAIS - 19/10/1978

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