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DALI SI NO DIVINO, INMORTAL

Con la llegada de mayo un holgado millar de vallas, de esas vallas publicitarias que revisten o empapelan la faz de nuestras ciudades, se verá destinado a la reproducción colosalmente fotográfica de unas cuantas obras de Salvador Dalí para luego, y a lo largo de un año, dar paso a otras tantas de Picasso, Juan Gris, Miró... y demás maestros españoles de nuestro tiempo. Se trata de un clarividente proyecto del grupo cultural ARA que la Asociación Española de Publicidad Exterior (AEPE) ha tenido a bien aceptar y difundir por toda España, con el apoyo incondicional del pintor de Figueras. Y a Figueras me fui, asesor artístico que soy del grupo ARA, a atar con Dalí algunos cabos del sobredicho proyecto y terminar hablando con él, a lo largo de dos horas, de lo humano y de lo divino.

Me recibe en su palacio de Torre Galatea. Viste una larga túnica blanca de la que asoma un cuello bordado, calado e igualmente blanco. Me invita a sentarme «a la diestra del trono» y a que, sin más preámbulos, le pregunte:

-¿Quién es, realmente, Salvador Dalí?

-El prototipo del español fanático, como acertó a definirme Freud. Si hay una idea que me obsesiona, no es otra que la de la unidad de España. Siempre que escucho el himno nacional, que musicalmente es mediocre, se me pone la carne de gallina. ¡Algo muy emocionante! A Buñuel, pese a ser ateo y anarquista, le ocurría lo mismo. -¿Entraña España una idea universal?

-¡Absolutamente universal! En España se funden, hasta hacerse una misma cosa, la erótica de la Vía Láctea y la mística del Camino de Santiago; el mando griego N el mando cristiano. España es la tierra de las castañuelas.

-¿Grecia, la cristiandad, las castañuelas... ?

-Sí. Afrodita surge, nace, de las aguas marinas tiritando de frío, cubierta sólo de conchas y con los dientes temblorosos, «castañeantes». La castañuela no es más que la concha o «venera» (y venera viene de Venus, de Afrodita) paulatinamente trasladada a la madera noble y sonora. El peregrino, por su parte, acudía desde toda Europa a Compostela cubierto asimismo de conchas y con los dientes temblorosos castañeantes.

«Europa sin España no sería nada»

Temblorosa igualmente se agita la mano derecha de Dalí, ignoro si por efecto del Parkinson. Lo cierto es que de vez en vez esa misma mano se le aquieta y el pulso se le torna firme, seguro, cuando enarbola el dedo índice para dejar bien sentada alguna sentencia contundente: «Europa sin España no sería nada. »

-¿Está usted de acuerdo con el ingreso de España en el Mercado Común?

-Me parece una paradoja. Es Europa la que tiene que ingresar en España. «¡Hay que españolizar a Europa!», como certeramente dejó dicho Unamuno frente a las tesis germanistas de Ortega y Gasset.

-¿Con qué fundamento?

-¡Con un fundamento poco menos que geológico! Desde hace muchos años (y la cosa sigue sucediéndome), siempre que contemplo el mapa de Europa mi dedo índice se lanza instintivamente y se fija en un punto concreto entre las ciudades de Salles y Narbona. Partiendo de esta experiencia reveladora, siempre he afirmado que las fuerzas tectónicas que sostuvieron a Europa, cuando se produjo la disgregación de los continentes, actuaron en esa concreta zona. Muchos lo tomaron a broma hasta que Thon, uno de los grandes matemáticos contemporáneos, ha venido a darme la razón situando el lugar exacto en Perpignan.

-Las tres son ciudades francesas.

-Pero limitando con España y con los Pirineos, que fueron, desde España, los que sujetaron a Europa para que no fuera a parar a Australia. En una conferencia que yo pronuncié en la Academia Francesa se lo dije claramente a los propios franceses: «si no hubiese sido por España, ustedes estarían viviendo ahora con los canguros.»

Me mira fijamente y, dueño absoluto de su mano derecha, exclama:

-Fue el toro ibérico el que sujetó a Europa.

-¿Cómo interpretar, así las cosas, el mito del «Rapto de Europa»?

-El único, ¡el único!, que ha entendido ese mito ha sido Salvador Dalí. El toro, que es España, no raptó a Europa; la retuvo con todo su brío, con toda su bravura, y la mantiene donde está. Europa le debe a España todo su ser.

«Los norteamericanos mamás han inventado nada»

-¿Y de Europa a América?

-España otra vez de por medio, encarnando el gesto, poderoso y generoso, del Coloso de Rodas. ¡España es el verdadero Coloso de Rodas!

-¿Es cierto que Picasso le pagó a usted su pasaje a Norteamérica?

-Picasso era hombre dadivoso. Jamás consintió que le devolviera el dinero de aquel mi primer viaje a Nueva York.

-¿Fue usted uno de los primeros en profetizar el auge de la vanguardia norteamericana?

-¡El primero!, por más que dicha vanguardia nada tenga de norteamericana. ¡Los norteamericanos jamás han inventado nada! El auge de su pintura se lo deben a artistas europeos, sobre todo holandeses, encabezados por De Kooning.

-También los había de origen ruso: Rthko, Gorky, de Stael...

-Los rusos son los peores pintores del mundo después de los ingleses, hecha excepción de alguno de los prerrafaelistas.

-¿Turner incluido?

-Tuner es el peor de todos ellos. Quienes siguen deleitándose con la bruma de sus bahías no caen en la cuenta de que la supuesta neblina responde a torpeza y suciedad presidida por un sol todavía más sucio, que no parece sino una uña impregnada de nicotina.

-¿A qué obedece la primacía de De Kooning?

-Al asombro, al terror de sus figuras convertidas en paisajes. Los monstruos geomorfos de De Kooning le producían terror al propio De Kooning.

-¿Y los monstruos picassianos?

-Picasso se tomaba la vida con mucha más ironía o socarronería. No, sus monstruos no le turbaban el sueño. Picasso pasará a la historia por la invención del cubismo analítico.

-¿Juan Gris?

-Los mejores cuadros cubistas se deben a su pincel. En las obras de Juan Gris se produce el milagro de la simultaneidad de los aspectos más diversos e incluso contradictorios. Mucho se habla hoy de la holografía sin que nadie se percate de que el precedente más claro, por no decir el padre del invento, es nuestro Juan Gris.

Animado, locuaz, atento, agudo... inagotable

Ha transcurrido una hora desde que se inició la entrevista, y la verdad es que Dalí, lejos de mostrar señal alguna de cansancio, cada vez parece más animado, más locuaz, más combativo. Su aspecto es saludable: buen color en la tez, agudeza en el mirar y la sonrisa, más de una vez, en sus decires. Ni siquiera el tubo de la sonda que le asoma por la nariz le resta gallardía a su bigote. Revestido, como dije, de un blanco de solemnidad y mayestáticamente apoyado en el respaldo del sillón, algo tiene su figura de dignidad entre nobiliaria y eclesiástica y nada mal le cuadra el título de marqués.

-¿Recibió usted con agrado el título de marqués de Dalí?

-No hay otra nobleza que la de la sangre, ni ciencia mejor que la genética. Yo nací siendo ya Dalí.

-¿Es cierta su desmedida pasión por el oro?

-Cierta y no menos noble. Comparto con Quevedo el «elogio de la moneda», no por su valor mercantil, sino por si] profundo significado alquímico. Siguiendo las leyes de la naturaleza, los alquimistas lograban con sus manos el oro. No hay mejor premio al esfuerzo y al ingenio. El oro nos hace, a quienes lo hacemos, iguales a la naturaleza.

-¿Comienza y acaba con usted el surrealismo?

-Sigo manteniendo lo que en su día dije para escándalo de algunos correligionarios: «el surrealismo soy yo.»

Y en este punto va a hacerse más movida la conversación y más elocuente el gesto daliniano. Todo comienza al afirmar yo que el surrealismo es un fenómeno singularmente catalán. Dalí se queda sorprendido, meditabundo, y con guiño entre complaciente y contrariado me dice: «cierto, Cataluña ha sido feraz en surrealistas, pero el surrealismo, históricamente entendido, es un fenómeno francés, parisiense.»

Insisto yo en mi planteamiento ante un Dalí silencioso y sumamente atento: «el precedente más lejano del surrealismo consta, me creo, en lengua catalana. Lo alumbró Raimundo Lulio siete siglos antes de que a André Bretón le dieran la primera papilla. Antes también de que en París se fundara oficialmente el grupo surrealista había dejado claro testimonio de su ejercicio un gran poeta catalán, Joan Salvat Papasseit, y otro gran poeta de la estirpe no menos surrealista, Joan V. Foix, hubiera sido honrado con el Nobel, de no haber escrito, exclusivamente, en lengua catalana. Picasso, en fin, Picahia, Duchamp... vienen a Cataluña atraídos, sin duda, por el reclamo surrealista de estas tierras en las que también nacieron Miró, Tápies... y el mismísimo Dalí. Incluso El Bosco, premonitor indiscutible de la aventura surrealista, tenía apellido catalán: Bosch.»

Rompe Dalí, su silencio y, para contento mío, declara: «su planteamiento me parece brillantísimo, pero yo sigo en mis trece.»

Recurro entonces a la pregunta silogística y se entabla entre nosotros dos este escueto y risueño diálogo:

-Dalí y el surrealismo ¿son una misma cosa?

-Sí.

-¿Es Dalí catalán?

-Profundamente catalán.

-Luego el surrealismo es un fenómeno profundamente catalán.

No puede Dalí contener la risa: «de acuerdo, repito, su tesis es brillantísima, pero dejemos las cosas donde y como están.»

No, la conversación no decae en la sosegada penumbra del palacio de Torre Galatea que recorta aún más y distingue la figura de Dalí revestido de un blanco poco menos que pontifical. Y a la memoria me viene el verso aquel que Federico García Lorca incluyó en su apasionada «Oda a Salvador Dalí»: «alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.» Me habla con emoción de su amigo Federico: «es de los grandes, como Foix.» Comparto plenamente el elogio y le pregunto:

-Federico García Lorca escribió de usted: «tu fantasía llega donde llega tu mano.» ¿Ocurre realmente así?

-La fantasía va siempre más deprisa y más lejos que la mano. No me gusta, en cualquier caso, que se hable de «fantasía». La palabra «pensamiento» se acerca más y mejor al hecho por el que usted pregunta.

-¿Es Salvador Dalí un pensador?

-Más de una vez he dicho, y vuelvo ahora a repetirlo, que prefiero pasar a la historia como un gran pensador antes que como un pintor famoso.

-¿La pintura?

-La pintura ocupa (lo diré mil veces) una parte infinitesimal de mi existencia.

«Me hubiera gustado tener por médico a "Manolete"»

Testigo del diálogo es el pintor Antoni Pitxot, al que Dalí profesa cariño manifiesto y al que a veces se dirige como para corroborar algunas de sus más tajantes afirmaciones.

Luce Dalí su «bigote biográfico», entrecano, casi blanco. Su frente despejada se ve coronada por mechones igualmente blanquecinos que vienen a caer en forma de melena abundosa, cuidadosamente peinada y más negra que grisácea.

En sus manos no queda la menor huella de las quemaduras ni de la operación subsiguiente. Adoptando un aire grave, casi compungido, me dice: «las huellas, y también los dolores, van por dentro.»

-¿Tiene usted fe en los médicos?

-La fe hay que destinarla a cosas transcendentes. Me hubiera gustado, eso sí, tener por médico a «Manolete». Encarnaba este hombre insigne la elegante seriedad, la parquedad, el estoicismo y el temple de un genuino personaje a la española.

-¿Un torero convertido en médico?

-«Manolete», que en vida me honró con su amistad, era más, mucho más que un torero: un gran protagonista. Y yo aseguro que un gran protagonista sólo puede ser tratado, en cualquiera de todos sus alcances, por otro gran protagonista.

-¿Celebró usted el reciente triunfo futbolístico del Barca con el entusiasmo colectivo de otros muchos catalanes?

-Lo que usted llama entusiasmo colectivo no es más que un signo de irracionalidad colectiva. Ocurren cosas así no sólo en Cataluña o en el resto de España. Los británicos, al parecer (¡quién lo diría!), se llevan la palma.

-Recuerdo, sin embargo, un cartel debido a la mano de Dalí en el que aparece la «senyera» desplegada ante los ojos de un futbolista en pleno ataque. ¿Qué significa o significó en su día dicho cartel?

-No iba destinado, precisamente, a ensalzar las hazañas de un equipo de «los grandes».

Lo hice para remediar la precaria situación económica de un equipo modesto que en Barcelona goza de innegable afecto popular: el «Sant Andreu». Los colores de este simpático club coinciden con los de la bandera de Cataluña.

Despedida: «A mis soledades voy...»

Casi dos horas viene durando la conversación con quien siempre se manifestó y sigue manifestándose impenitentemente fiel a su propio personaje. ¿Cómo realmente se encuentra Dalí ante sí mismo, espejo de su propio espejo? Dada ya noticia de su aspecto físico y de su ambiente palaciego, añadiré que en lo espiritual todo en Dalí es viveza, agilidad, penetración, sagacidad... y gracia, no sé, en verdad, si a lo humano o lo divino. Inicia un discurso y no lo deja hasta que haya concluido con todo pormenor su desarrollo; adivina muchas de las preguntas, sorprendiéndose en caso contrario y dejando las más de las veces sorprendido al interlocutor.

-¿Tiene Dalí algún consejo que dar a los jóvenes pintores?

-Que contemplen con atención un cuadro que se conserva en el museo de Sevilla. Responde a la firma de un pintor andaluz del siglo pasado, llamado Virgilio Mattoni de la Fuente, y lleva por título «Las postrimerías de San Fernando». En esta pintura aparece el rey santo de rodillas, en trance de recibir su última comunión. ¡Sólo de las postrimerías pueden renacer las vanguardias! Junto a la reproducción de las obras mías que, de acuerdo con el atinado proyecto de ARA, van a aparecer en las vallas de nuestras ciudades, deseo que aparezca también la reproducción de este cuadro con esta leyenda o profecía: «¡Abrid los ojos! Va a empezar la nueva vanguardia en pintura. Dalí.»

Son las ocho de la tarde. Entra una enfermera en la habitación. «Es la hora del alimento -me susurra Dalí- y la hora del adiós.» Y todavía tiene tiempo para recitarme, con no oculta intención, el conocido verso de Lope: «A mis soledades voy...» Coge una cuartilla y con pulso otra vez firme deja escrito, fundiendo su firma con mi nombre: «para Amón, Dalí.» Estrecho su mano ahora temblorosa y, un instante después, de nuevo firme y litúrgica hasta el extremo de trazar en el aire y sobre mi persona su bendición con gesto de cardenal renacentista.

EPOCA - 29/04/1985

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