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Francia tributa un homenaje, de justicia, a Joan Miro

“Joan Miro -dijo de él Duchamp-, ese diminuto personaje, el único que sabe lo que ocurre dentro del burro que no quiere cruzar la calzada.. El único -agregaré de mi cuenta- que sabe lo de dentro, porque habiendo morado en él dentro de las personas, los animales y las cosas, acierta a plasmarlo en sus lienzos y carteles, en esa suerte de gráficos multicolores, entre escolares y científicos, en los que hay árboles, arroyos, Insectos, libélulas, gérmenes, espermatozoides, soles y lunas, pájaros... y la Incógnita universal de ese burro que en una hora dada del día se niega a cruzar la calzada.

Joan Miró es, posiblemente, el artista más difícil de clasificar en el cómputo y en el orden de la moderna estética. Dándose en él uno de los orígenes más claros del surrealismo (ese origen y ese surrealismo tan genuinos- de los poetas de Cataluña), rehuyó siempre la disciplina y el canon de la escuela surrealista; aportó a Dadá «el huerto -vuelve a la carga Duchamp- en el que florecen todos los árboles de la creación., y no fue dadaísta, supo amalgamar, como pocos, formas constructivistas y manchas informales, rigor de línea y fantasmas psicográficos, pero nunca se alineó ni en el constructivismo académico ni en el informalismo oficial.

Tras la muerte de Picasso, decidieron los amigos de las clasificaciones promoverlo a la sede que dejara vacante el malagueño, esconderlo a la cumbre del escalafón. Sin duda que Miró agradeció gesto tan liberal (y tan gratuito), pero habrá pensado en sus adentros (él, que siempre habitó el dentro del dentro) que no hay sede Y menos escalafón posibles para quien ha vivido y vive al margen de normas y escalafones, del alimento de su verdad Interior, en el uso y ejercicio sin traba de la libertad.

Y la verdad os que el ascenso le era merecido, no porque en esto del arte haya prelaciones o conductos reglamentarios ni le cumpliera a él, como propio, el escaño Próximo a la “sedes vacans”; en atención, más bien, a su sola y consciente humildad (“diminuto personaje”) y a aquel gesto suyo, emocionantemente ejemplar, que no hace mucho tuvo a bien hacer público. Porque es de recordarse que cuando, hace apenas dos o tres años, se le ofreció el honor o la “causa honoris” de ingresar en la Real Academia de San Fernando, no quiso aceptarlo si entes no le era ofrecido, por causa de justicia más que de honor, a Pablo Picasso.



EL SONROJO

Hace unas semanas que nuestro hombre ha recibido el homenaje del Gobierno y pueblo francés y ha quedado abierta al público parisiense y a la contemplación universal una exposición antológica, verdaderamente memorable, que abarca, aun teniendo en cuenta su carácter selectivo, todas las etapas de su fértil creación, todos los procedimientos y quehaceres (pinturas, esculturas, dibujos, grabados, tapices y cerámicas) que la alumbraron, y ocupa los amplios salones del Grand Palais y del Musée d'Art Modeme de la Villa de Paris. Una exposición como la que, volviendo a la referencia anterior, sólo conoció en vida, y en el mismo ámbito palaciego, otro español insigne: Pablo Picasso.

La extensa producción de este artista tan refractario de por sí a las clasificaciones y tan difícil, objetivamente, de clasificar, se halla aquí (en el Gran Palais y en el Museo de Arte Moderno) exquisitamente elegida y sabiamente clasificada. Aquí nos es dado ver sus primeras pinturas y sus dibujos Incipientes al lado de sus creaciones más colmadas o henchidas de innovación y personalidad (remítase el lector a la década de los veinte) y en contraste o parangón con sus obras postreras que pugnan o se debaten, agónicas, entre una decadencia explicable y el empeño feroz por combatirla, traducido en el frenesí de una mancha dramática o un jirón obtuso, una línea sin freno, un desgarro. La cerámica, dada a la luz con el concurso fiel de Lorens Artigas, se convierte paulatina y milagrosamente en escultura monumental, y las artes del grabado, en las que Miró fue siempre maestro, corren feliz pareja con la labor artesanal de los tapices, a favor también del magisterio y de una verdadera tradición catalana.

A lo largo y lo ancho de esta exposición se despliega la soberbia hipótesis creadora de Miró, reacia, aun en el marco oficial de la clasificación, a verse clasificada, refractaria, aun dentro del orden, a la admisión de un orden preestablecido. Hipótesis es en la plenitud de su contexto, y más ajena, cuanto más arbitraria, a toda pretensión conceptualista del orden o de la forma en que el orden descansa y resplandece. Negadora del orden y el desorden (tampoco el desorden existe) lo que esta memorable exposición viene a poner de manifiesto en la Insólita capacidad de hipótesis, de exploración, de riesgo, de aventura. por parte de su hacedor, de tanteo y experiencia de cara a lo desconocido.

Y la justicia del homenaje. El año 1954, Joan Miró lograba, en compañía de Arp y representando el pabellón francés (por razones obvias y para sonrojo nuestro), el Gran Premio de Grabado en la Bienal de Venecia. ¿No parece justo y razonable que el Gobierno del país vecino le dé ahora pública y universalmente las gracias?

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 01/07/1974

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