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EL PROYECTO DE MODERNIDAD

Que es un proyecto de modernidad? Presidente tiene el Gobierno que os sabrá responder. Con él, bajo el brazo, se fue a Oriente, y con él, corregido y aumentado, ha vuelto a España; que lo que a la ida era simple proyecto ha resultado, de retomo, «enorme desafío». Embarga a González, recién incorporado a la casa rectoral, la grane preocupación de «si España puede responder al enorme desafío de modernidad que tiene por delante». No, por fortuna, no es el caso de un duelo a plazo fijo, ni el lance ha de librarse, como escrito dejó Miguel Hernández, «tal día y a tal hora y en tal suerte». Se trata más bien de un reto en lontananza, con todo el pleonasmo que la proposición presidencial ocluye, a no ser que existan desafíos de modernidad hacia el pasado.

La voz española «proyectar» procede de la que en latín conforman el prefijo «pro» y el verbo «iacere» («proicere») con el preciso significado de «lanzar hacia adelante». Todo proyecto ha de ser necesariamente hacia adelante, y sólo andando como el cangrejo, el viejo Polonio alcanzaría, de acuerdo con la ironía de Shakespeare la edad del joven Hamlet. ¿Es posible, así las cosas, una auténtica proyección de modernidad? Yo no conozco otra que la que Charlie Chaplin dio felizmente a la pantalla bajo titulo sintomático de «Tiempos modernos». La «modernidad» es un concepto o un ciclo histórico imposible de proyectar si no es por obra y gracia, digo, del arte cinematográfico; que lo que «ya es» o «está va aconteciendo» dejó atrás la idea de proyecto y previsión.

¿Confunde el presidente modernidad con modernización? Y de plano. Modernización es la acción de modernizar, admitiendo plenamente, y en cuanto quo tal, la idea y la práctica del proyecto: la «actualización» o la oportuna referencia de la modernidad ya existente a una situación concreta que andaba, por claro anacronismo, de espaldas a ella. Si Felipe González quiere sacarnos del anacronismo o acomodar nuestro paso al ritmo del desarrollo foráneo, hable. Y hará muy bien, de «proyecto de modernización» y deje la «modernidad» en manos de sus teóricos que los más (o los «más puestos) han hecho de la «postmodernidad» grito, reclamo y bandería al dictado de la «moda» (o de la «postmoda», para ser más fieles al lenguaje y a la demanda de los usos).

Nada, fuera de la incorrección lingüística, habría que objetar al tan traído y llevado «proyecto de modernidad», de no entrañar peligro de contagio o fiebre en los ministros que del señor González dependen y con él forman Consejo. Recientes declaraciones del titular del Interior entrañan, al respecto, serio aviso. Vale la pena, para disipar duda, ironía o reticencia, transcribirlas textualmente, tal como el propio Barrionuevo, satisfecho de la inminente orgánica de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, las confía a «Cambio 16»: «Con esta ley se pretende que el ciudadano sea servido por una Policía moderna, que en su trato y su efectividad responda a las necesidades de una sociedad moderna, que con una delincuencia también moderna exige de los poderes públicos.»

Deseche el lector la tentación de elevar a charada la solemne declaración ministerial e intente aceptarla en sus justos términos. Bueno parece que el ciudadano se vea, a partir de ahora, servido por una Policía moderna. Si la eficacia v trato de los remozados agentes responden a las necesidades de una sociedad moderna, mejor que mejor. ¿En qué sentido, sin embargo, hemos de entender la noción y la práctica de «delincuencia moderna»? ¿Quién la definirá? ¿Qué será de los infractores a la antigua usanza? ¿Al paro o a la eutanasia con ello? No, al proyecto de modernidad. De aquí a unos meses, al timo de la estampita, el tocomocho, el descuido intencionado, el juego de las tres cartas y afines... irán a dar, por mor del «proyecto», al anaquel de «raros y curiosos».

DIARIO 16 - 24/09/1985

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