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Encuesta y quiniela

DIFICILMENTE volverá a darse el punto de coincidencia crítica propiciada por el viaje de González a bordo del «Azor». Tirios y troyanos han hecho suyo, cada quien a su aire, el reproche oportuno a la doble y efímera travesía presidencial. Los unos por principio y por nostalgia, los otros. Aquellos, porque veían empañada en el residuo de la dictadura la nueva imagen democrática, y éstos, por juzgar ofendida la memoria del anterior usuario, es lo cierto que todo se mostraron unidos en lo que Ies separaba y seguirá separando. Todos (¡todos!) estaban de acuerdo en el desacuerdo, hecha excepción de José Luis de Vilallonga (es muy suyo) y orillada, por presuntamente ociosa, la consulta popular en forma de referéndum celosamente reservado al caso de la OTAN.

¿Una encuesta? Alguien, desoída la ajena previsión, decidió hacerla por cuenta propia y con unen resultados sorprendentes para la autorizada opinión de diligentes, comentaristas e informadores: el 47 por 100 de la población se muestra conforme con el fin personal que el presidente confirió al yate de la Armada, frente a la disconformidad de un precario 26 por 100. En pura anécdota queda, así las cosas, la solicitud del padre de familia que quería compartir la proa del «Azor» o del adelanto del «colectivo gay» que deseaba quedarse con la popa. No debe, pese a ello, renunciar Pablo Castellanos a pasar las próximas vacaciones (por razón de su cargo representativo en el Parlamento, y por emulación, también, del jefe) en una confortable celda del penal de Santoña.

Ha venido la «encuesta» popular a desmentir de plano la alegre previsión de los espartos, en tiempos, por si fuera poco, de clara inflación del «género», que atiende tanto a la excelencia del detergente o desodorante de turno como al grado de alfabetización o al auge en la recuperación de las «señas de identidad» o a la paulatina asimilación de la «memoria colectiva» en tal o cual confín de la nación entera. Más o menos común, saturado anda el sentido por mor de la encuesta. Suena el timbre, y una joven, apenas entreabierta la puerta, te espeta el impreso con el suma y sigue de las preguntas del caso. Plaza por plaza y esquina por esquina se perpetra el asalto sin que pueda el ciudadano verse libre de opinar acerca del suceso, producto o personaje en candelero.

La voz «encuesta» proviene del verbo latino «inquirire», que a nuestro idioma pasa (cosa común a todos los infinitivos) con la pérdida de la «e» final: «inquirir». Prácticamente es el mismo su significado en la lengua madre y en la hija: buscar, averiguar, investigar , examinar, tratar de descubrir. En lenguaje jurídico, «encuesta» equivale a pesquisa judicial para el esclarecimiento de un hecho punible, incorporando, en el lenguaje sociológico, la investigación de los datos a utilizar en la elaboración de teorías del ramo o conclusiones de orden estadístico. Ceñida a su más genuina raíz etimológica, «encuesta» se asemeja a «inquisición», llegando uno a pensar si no será versión actualizada del temible «persecución de fe» en tiempos que parecían ya olvidados.

¿Otro indicio de actualidad? La dimensión palmaria entre la previsión de los expertos y la respuesta del pueblo llano me induce a replantear, al margen de consideraciones jurídicas, sociológicas y teológicas, el problema agobiante de la encuesta para asignarle un nuevo destino: apilarla a la quiniela. Si variopinta es la una, no le va la otra a la zaga en su creciente traducción futbolística, hípica, taurina... Acierta comúnmente la quiniela (la buena, la de los «catorce en exclusiva») aquel que se desentiende del juicio de los expertos, igual, exactamente igual que en lo del «Azor» acaba de ocurrir. Pareciendo excesivo el castigo a los errados pronosticadores oficiales, ¿por qué no se premia, en circunstancia tal, a los anónimos acertantes populares?

DIARIO 16 - 01/10/1985

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