El escudo y la bandera.
Memoria y diseños de los símbolos de la Comunidad Autónoma de Madrid.


CONCLUSIÓN

Algo tiene este informe de "memoria" de sí mismo. Lo observará, sin duda, el que lo lea porque así, y con todo propósito, lo ha intentado quien lo escribe, tratando de relatar los pasos que se han seguido y las posibilidades que se han barajado, con las soluciones dadas por buenas y algunas, también, de las desechadas. Sea ejemplo de estas últimas aquella inicial disposición de las estrellas de tres en tres, a izquierda y derecha del doble castillo, con la séptima centrada a los pies del conjunto.

"Parecerá extraño -se apuntaba allí y entonces- e incluso contradictorio que hagamos tanto hincapié en la conveniencia de fijar de este modo las siete estrellas... para luego renunciar a lo convenido." La razón de todo ello (aparte de la atención a todo ello prestada) respondía a deseo, una y otra vez manifiesto, de que las siete estrellas así ordenadas llegaran por sí mismas a componer el contorno "ideal" del escudo.

Esta solución ("aconsejable, si se quiere, como mera o segunda posibilidad") dio paso a la que de forma definitiva ordena las estrellas a modo de constelación que sobrevuela los dos castillos. ¿Mantiene así el escudo su condición de tal? No. El proceso del diseño recomendó, sin necesidad de otros consejos, suplir el vacío que las estrellas circundantes dejaban en la definición del escudo, por el límite o bordura de su propio recorte, de su silueta misma, sobre el color rojo tomado de la bandera. Y así vino a nacer, como pronto ha de verse, el definitivo escudo con los símbolos, igualmente definitivos, enmarcados en campo rojo, sin más límite o contorno que el recorte del color en la forma más tradicional de "escudo".

Con esta observación en torno al "proceso de diseño" a que (sobre base histórica y por reclamo de la nueva autonomía) se ha ajustado la elaboración de los símbolos, quisiera iniciar la cuenta -de las demás conclusiones. La razón no es otra que el mostrar muy a las claras la "memoria" (más o menos latente) que de sí mismo el informe en sí mismo incluye, para dejar no menos claro ese ir y venir exigido por el proceso del diseño hasta llegar a últimas conclusiones. Dos serán éstas, respectivamente requeridas por el título inicial y general de lo que aquí ha tratado de exponerse:

1. Conclusión acerca de la bandera de la Comunidad de Madrid

Respetando, por supuesto, lo anteriormente tratado, y fundado su porqué en casos, como se verá, muy conocidos, vendría este primer punto a cuestionar si la bandera ha de llevar forzosamente el escudo con todas sus armas y pormenores; si es válida, más bien, una versión restringida y sintetizada o si ha de ondear simplemente a favor de su propio y solo cromatismo.

Repasar el repertorio internacional de las banderas lleva a concluir que en alguna de ellas el escudo es algo consustancial e inseparable del cromatismo impreso en el pabellón de cada caso. Existen, en cambio, naciones o entidades públicas de rango dispar y representatividad más o menos jerarquizada que a bien tienen ostentar la versión resumida del emblema respectivo. Hay, en fin, otras en que la bandera queda sistemáticamente excluido el escudo.

¿Cuál de estas tres opciones se le hace más aconsejable, en la interrelación bandera-escudo, a la Comunidad madrileña? Sin duda alguna, la citada en segundo lugar, tanto por atenerse fielmente a la pauta "reductiva" que ha venido presidiendo de punta a cabo este informe como por brindar una mayor posibilidad de "extensión" igualmente predicada en su letra y espíritu.

De los tres símbolos que conforman el escudo, uno de ellos, la "corona", está conceptualmente "más arriba" de lo que él como propio y más genuino encierra y debe definir. Bien parece, a la luz de las razones ya dichas, que sirva de remate al escudo "en cuanto que escudo". Incluso en él (como en la segunda conclusión ha de comprobarse) la corona queda "encima y fuera" de la silueta o recorte que sobre campo rojo cumple el papel de "límite". La constitucionalidad común y la generalidad misma de la "corona real" desproveen, en fin, de "peculiaridad" al emblema inserto en la bandera de la Autonomía y aconsejen su exclusión.

Los "dos castillos yuxtapuestos" expresan la idea extensiva al ámbito entero de la Comunidad madrileña, siendo de su más genuina condición el verse circundada por esta y aquella Castilla. Lazo entre ambas, la Comunidad de Madrid incorpora y funda en su escudo el signo fundamental de una y otra, al tiempo que en ello mismo viene a proyectar su propia complexión y extensión hasta los límites precisos de las cinco provincias que la abrazan: Toledo, Guadalajara y Cuenca, pertenecientes a Castilla-La Mancha; Segovia y Ávila, integrantes de Castilla-León.
Difícil se hace, así las cosas, excluir de la bandera el símbolo en cuestión. Reconocido, no obstante, el significado fundamental de dichos dos castillos, bien pudiera su inserción dar lugar a abundancia e incluso a redundancia, con sólo tener en cuenta que el tono rojo de la bandera expresa exactamente lo mismo. "La bandera de la Comunidad de Madrid -quedó dicho en su momento- será de color rojo, con la misma encendida tonalidad que hoy ostenta el pabellón de ambas Castillas. Valga destacar que la adopción de dicho color imprime ya a la bandera de la Comunidad un signo legítimo y diferenciador (...). Situada en el centro de las dos Castillas (...), de razón parece que la Comunidad madrileña haga doblemente suyo el tradicional color castellano."

¿No contiene y expresa la bandera, en razón de lo dicho y vuelto a repetir, el mismo significado que el doble castillo? La afirmación disipa al respecto dudas y ahorra comentarios, dejando campo abierto a las "siete estrellas" (en cuyas "cinco puntas" se simboliza, además, el contacto próximo con los límites doblemente castellanos) y vía libre a la formulación de esta conclusión primera:

La bandera de la Comunidad de Madrid será de color rojo, de la misma encendida tonalidad que ostenta el pabellón de ambas Castillas. En su centro, y no "al asta", se insertarán siete estrellas blancas de cinco puntas, dispuestas en dos hileras. En la hilera superior quedarán alineadas (y yuxtapuestas) cuatro. En la inferior (yuxtapuestas, igualmente, y centradas en relación con aquéllas) se alinearán las otras tres.

No sería oportuno subrayar, al margen ya de los significados, cómo la sistemática vía "reductiva fue la que de hecho nos llevó a elegir aquel símbolo que entre todos los otros descuella por su mayor grado de atracción y capacidad de memoria". Una vez más se pone de relieve (y por paradójico que se crea o se diga) cómo "reducir" equivale a "extender". Cuanto más se aproxime a la unidad la sustancia de lo representado, mayor y más memorioso se hará el número de los contempladores y los adictos. ¿Algún ejemplo tomado de experiencia foránea? El de Japón o el de Suiza. La bandera y el símbolo único en ella impreso no es que en ambos casos se acerquen a lo unitario; es, más bien, que una y otro constituyen perfecta unidad.

De la incontable suma de signos solares que a su alcance tenían y tienen los nipones (y así consta en las antologías), se fueron decididamente a la unidad de color y forma. El sol resplandecía en cada uno de ellos (cada cual más complejo e ¡descifrable), y el sol se vio paulatinamente reducida a su "minimum neccesarium" cromático y formal: un disco rojo sobre una tela blanca.

Otro tanto ocurrió en Suiza, y por senda análogamente reductiva discurrieron los hacedores de la bandera única con una única señal. A la hora de elegir aquélla y ésta de entre la agobiante algarabía de enseñas representativas de cantones, ciudades, pueblos y moradas (cada casa, que se precie de tal, tiene en Suiza bandera y escudo), recurrieron al más presente, patente y unánimemente compartido: la cruz. Y reduciendo otra vez al mínimo forma y color del símbolo por excelencia, lo ganaron todo en extensión, en reclamo colectivo de los integrantes de la Federación Helvética: una cruz blanca sobre una tela roja.

¿Cabe aún reducir más, para ganarlo en extensión e incentivo de la memoria colectiva, el símbolo que acabamos de dar por definitivamente insertable en la bandera de la Comunidad de Madrid? Por supuesto que sí. La constelación de estrellas flotantes en dos filas sobre el rojo de la bandera podría ver menguado su número hasta llegar, otra vez, a la unidad de color y de forma: una estrella blanca sobre fondo rojo (y conste que la analogía cromática, respecto a los dos pabellones recién descritos, responde, sin duda -¡o quién lo sabe!-, a casualidad).

Quede la cosa en puro experimento. La bandera de la Comunidad de Madrid será la ya descrita, aunque bien pudiera entrañar esta última versión, de ella derivada y reducida a la unidad, toda una posibilidad de extensión de cara a aquellas manifestaciones (populares, festivas, cívicas, recreativas, deportivas...) que, no siendo específicamente oficiales, resultan, por su propia naturaleza, visiblemente colectivas. Familiarizarse de común con ella (y con el signo reductivamente en ella impreso) llevaría en última instancia a la familiaridad misma (y por vía, nuevamente de extensión) con la bandera oficial y con su escudo.

2. Conclusión acerca del escudo de la Comunidad de Madrid

Lo ya dicho y suficientemente explicado, me creo, en capítulos precedentes nos hace volver a aquel problema que la disposición circundante (y no aceptada) de las estrellas resolvía, y la ordenada (y aceptada) en forma de constelación dejaba por resolver. ¿Cómo conformar el escudo? Recortando del rojo de la bandera su propia forma tradicional, sin necesidad de orla o bordura, que no sea el límite de su perímetro, de su propia "silueta".

Dentro de él quedarán comprendidos los castillos y las estrellas, y fuera de él le servirá de remate la corona real, que por lo que a ésta hace hay suficiente tradición e historia. Concedida, según queda dicho, en las Cortes de Valladolid de 1548, la corona real se vio en principio inserta dentro del escudo (encima, concretamente, del madroño y debajo de la bordura). En cualquier otro escudo posterior (incluido el que hoy oficialmente ostenta la villa de Madrid), la corona, sin embargo, se desplaza para cumplir, fuera de él y sobre él, su cometido más propio; esto es, el de "coronarlo". Y si la tradición aconseja fidelidad, no seremos nosotros quienes vengamos a quebrantarla, sino simplemente a concluir:

El escudo de la Comunidad de Madrid tendrá un común campo de color rojo, definidor de su propio contorno y en su forma más tradicional. En dicho campo, dos castillos yuxtapuestos y sobrevolados por siete estrellas de cinco puntas, dispuestas estas estrellas en dos hileras, escalonadas, la de arriba de cuatro y la de abajo de tres. El escudo se verá rematado, fuera del campo y las armas que en él se definen, por una corona real con diadema.

 
<< Anterior